Usualmente, la magia se manifiesta sola a medida que crecemos. Los niños no suelen poseer control sobre ella, por lo que puede entrar en acción en los momentos y las maneras más inesperadas. [Ríe un poco entre dientes.]
Mi hermano Aberforth, por ejemplo, tenía cuatro años cuando, producto de una impresionante pataleta, su piel adquirió un fascinante color fucsia que no se desvaneció por casi una semana. Se veía como un rabanito con extremidades, si no está mal que yo lo diga.