[Va a pasar un buen rato mascullando maldiciones contra tu cuello y temblando fuerte mientras se aferra casi desesperadamente de ti. Y lo odia, odia sentirse tan fuera de control, de su propio cuerpo incluso, tan vulnerable... pero al mismo tiempo no puede dejar de pensar en tu calor, en lo agradable que se siente, en que si lo sueltas ahora va a matarte. O vas a matarlo, más probablemente.]
[Aún así, tras un rato los temblores comienzan a bajar en intensidad, al menos.]