[Parece aprobar tu reacción porque a pesar de que la sensación de peligro va a seguir ahí, la cola de Sieh se calma, aunque la oscuridad que parece ahogar tu habitación y el ambiente frío sigue ahí.]
La familia de mortales, que era era y aún es devota a Itempas, los Arameri, extendió su dominio sobre ese mundo con terror y sangre por más de dos mil años. Incluso ahora, con apenas un par de cientos de años desde que los Enefadeh--que significa aquellos que recuerdan a Enefa-- conseguimos nuestra libertad, han logrado mantener su control de hierro sobre el resto de los mortales.
Con el poder de uno de Los Tres en sus manos, por más roto, loco y desolado que Naha estaba, y con las diosas de la guerra, la sabiduría y la infancia en sus manos, los Arameri nos usaron como armas para conquistar y destruir a todos los que se opusieron. Nos hicieron destruir continentes, crear plagas, arrasar con razas enteras. Destruyeron cualquier vestigio de adoración a otros dioses e impusieron al Luminoso Itempas como único, verdadero dios. Mataron a todos aquellos que se negaron, en especial a los seguidores de la noche. [Más odio en su voz.]
Estábamos atados a responder a cualquiera de sus comandos con la magia que estableció Itempas y sus sigilos de sangre nos prohibían lastimarlos, a menos que fueran demasiado estúpidos al darnos órdenes. Me rebelé en cada instante que pude y disfruté cada vez que tuve la oportunidad de matar a uno de ellos. Pero durante esos milenios fui usado de cualquier forma imaginable, porque tener a un juguete que no se va a romper por más que lo viole y corrompas era imposible de resistir.
Durante todo ese tiempo ninguno de mis otros hermanos y hermanas intentaron ayudarnos, se mantuvieron lejos del reino mortal. Al margen. No he tenido interés en pasar tiempo con ninguno de ellos desde que recuperé mi libertad.