Fic: Born to be Wild (AU París, 1969, oneshot) Título: Born to be Wild AU: París Año: 1969
- ¿De dónde diablos sacaste esa moto? - Hal se quedó mirándolo boquiabierto mientras Adamska, anteojos oscuros y chaqueta de cuero negro, hacía rugir el motor.
- Es completamente legal - la sonrisa de Adamska era todo dientes. - ¿Vienes o no?
Hal terminó de bajar los escalones de la vieja casona a la calle, mirando la moto y sin saber muy bien por dónde subirse.
- Esa película tiene la culpa, huh. - Motociclistas en el rotativo. Dios santo, quizá debía empezar a tener más cuidado con lo que veían juntos en el cine de barrio.
- Que no. - Adamska le alzó una ceja.- Llevo /años/ manejando motos como esta.
Murmurando algo sobre la ausencia de cascos de seguridad y cómo no era eso lo que había imaginado cuando Adamska había dicho que irían a pasear, Hal aseguró la mochila en su espalda y se subió detrás de este. No confesaría ni a tiros que el olor de Adamska, a especias y el cuero de su chaqueta, estaba afectándolo más de lo que había presupuestado.
Adamska aceleró.
Y Hal, que en su vida había subido a más moto que la vieja Vespa que tenía en Boston, ni andado por sobre el límite de velocidad, se aferró a la cintura de su piloto con todas sus fuerzas temiendo por su vida.
París era una ciudad enorme, y sin embargo las calles pasaban vertiginosas a su alrededor. Más aún cuando agarraron la autopista.
- ¿A dónde estamos yendo? - gritó Hal, tratando de hacerse oír por encima del ruido del motor.
- ¡Ya verás! - replicó Adamska, también a gritos, y con desesperación Hal comenzó a repasar mentalmente por qué diablos se había enamorado de semejante joven enloquecido.
(Resultó que, puestas las cosas en la balanza, tenía razones de sobra para estar perdido por Adamska hasta la última célula.)
Se dejó ir entonces. Confiaba en Adamska con su vida. Si sintonizaba fuera el ruido y se abstraía en su olor, la sensación del cuero en su mejilla y la cálida forma de Adamska dándole seguridad y apoyo y una excusa para agarrarlo de la cintura en público; se trataba en efecto de un paseo muy agradable.
A favor de Adamska, podía decirse que pese a que manejaba de una forma que bien podría describirse como fuera de toda ley, lo hacía con pericia, y nunca se pasaba de la raya imaginaria con la que hubiera terminado infartando a su pasajero. Zigzaguearon por lo que pareció horas esquivando a los automóviles y cambiando de pista constantemente hasta que estos menguaron y acabaron dejando la ciudad atrás.
Era sábado al mediodía de una primavera absolutamente perfecta. La campiña francesa era indescriptiblemente hermosa y verde, y lo único que rompía (de forma poco sutil, convengamos) con la tranquilidad, era el rugido de la moto atravesando por la carretera como una flecha.
Ejecutando un giro que Hal no habría posiblemente visto venir, se metieron por un camino de tierra entre trigales aún verdes.
Disminuyendo la velocidad, Adamska se metió entre los trigales esta vez, subiendo por una colina. Ninguno de los dos hizo el comentario sobre traspaso a propiedad privada que quedaba en el aire. Se detuvieron al llegar a lo alto, Adamska mató el embriague.
Se encontraron entonces bajo un manzano añoso y florecido, en una colina verde y con los trigales dándoles toda la privacidad del mundo.
- Baja - dijo a Hal - llegamos.
Hal lo miró con ternura y se dispuso a bajar para tender la manta de picnic y las cosas del almuerzo. Pero primero, una disculpa.
Atrapó a Ocelot contra la moto y se alzó para besarlo profundo, empuñando las manos en su chaqueta. Sin aliento, le mordió el labio inferior.
- Gracias - le dijo - es un lugar precioso.
- No olvidaste la fecha, ¿verdad?
- Claro que no. 26 de abril. Lo tenía marcado en el calendario de la cocina.
- Feliz aniversario, Hal.
Y de la mano, sin manta aún, se tendieron sobre el pasto. Relajados y con la perspectiva de ser simplemente ellos mismos, lejos de la ciudad, lejos de las miradas de todos.