Fic: Animalia (AU Bifurcación, 1997) Título: Animalia AU: Bifurcación Año: 1993 - 1997
Hal siempre se había considerado una persona de perros, más allá de que le gustaran casi todos los animales.
(Excepto los peces abisales. Esas cosas eran aterradoras.)
Pero entonces conoció a Adamska, y admirar la descarada felinidad de su cuerpo y su carácter se convirtió en una de sus cosas favoritas por hacer mientras estuvo en Nadalandia.
De vuelta en casa, atenazado por la soledad y los recuerdos, consideró más de una vez buscar una compañía peluda que le alegrara los días, aunque fuese a llenar todo de pelos. Pero no había nada que hacer. Tanto Julie como E.E. eran alérgicas, y mientras viviese en casa de su padre, no habrían felinos en su vida.
Como en muchas otras ocasiones, estuvo equivocado. El Teniente Ocelot apareció desmayado en la puerta de su casa, de la forma más literal posible, una tarde cuando Hal regresaba de la escuela.
Por supuesto, no podía dar la excusa de que lo había seguido a casa. Así que tomó la segunda mejor opción.
Lo metió en su cuarto, lo recostó en su cama, y echó la llave.
Luego se sentó a observarlo, esperando a que despertara.
***
Dos años más tarde y con todo un río de aguas pasadas bajo el puente, Hal y Adamska buscaban un departamento pequeño en Boston que tuviera buena conectividad al MIT.
Boston era una ciudad mucho más verde que New York, aunque por supuesto no tanto como el suburbio de Babylon. Aprender a manejarse en pleno centro iba a ser una aventura para ambos.
"Tiene que tener un balcón" dijo Hal de repente, mientras caminaban. Adamska alzó la ceja y preguntó por qué.
Hal agitó la cabeza, y contestó sonriendo: "sólo se me ocurrió que sería agradable."
No tenía muy concreta la idea en la cabeza, pero la noción de que iba a necesitar un balcón no lo abandonaba.
***
No buscó en los refugios de abandonados, ni en las múltiples páginas de internet que ofrecían gatitos buscando un hogar. Hal esperaba. Se decía que, si Adamska había llegado a su vida de la forma en que lo hizo, lo correcto sería esperar una intervención del destino.
Imposible negar que tener una mascota juntos, si, era una idea que lo ilusionaba montones. Mencionó el tema a Adamska en un par de ocasiones, sin delatar demasiado el nivel de su interés. La respuesta había sido positiva ("los felinos son criaturas estilizadas y orgullosas. Me agradan"), y Hal lo había besado con mariposas en el estómago. De alguna forma, sentía que estarían más o menos formando una familia juntos y, ¿no sería bonito acaso? Tan sólo esperaba que el concepto no fuera a asustar a Adamska demasiado, y por lo mismo, no había insistido demasiado en ello. Le bastaba con saber que a su Gato le gustaban los gatos.
A mitades del verano del 95, una gata amarilla parió tres gatitos en el callejón junto a la tienda de computación en la que Hal trabajaba de medio tiempo. Agradeciendo a quien fuera que estuviera escuchando, no tardó en encontrar una caja vacía enorme en la bodega.
La madre y los bebés maullaron todo el camino de vuelta a casa, incitando a la curiosidad de quienes viajaban con él en el transporte público. Una vez instalados en casa, Hal bajó a comprar todo lo que se le ocurrió que una familia de gatos pudiera necesitar, subió las cosas, y se sentó a observarlos, viendo cómo los pequeños mamaban la leche de su madre.
***
Si años atrás le hubiesen dicho que alcanzaría este nivel de domesticidad con alguien, no lo hubiera creído.
Un coro de maullidos despertaba a ambos muy temprano cada mañana. Hal despertaba a Adamska con un beso y se desenredaba de él para levantarse a dar de comer a los gatos. Para cuando terminaba, Adamska lo esperaba en la pequeña cocina americana del departamento con la cafetera prendida.
Desayunaban juntos, deslizándose caricias por debajo de la mesa entre sorbos de café y las tostadas con huevo que a ambos les agradaba comer como primera cosa del día. Los gatos los rondaban, a veces acomodándose en sus regazos, a veces mirándolos desde alguna de las camas que estaban desperdigadas por todo el departamento.
Nunca había estado más feliz y acompañado, ni recibido tanto amor. Su pequeña familia significaba el mundo para él.
Hal tenía 21 años y, de todo corazón, deseaba que días como aquellos no terminasen jamás.