Fic: Choisissez Bien Les Mots (AU París, 1968 - 6/?) Título: Choisissez Bien Les Mots AU: París Año: 1968
Hal tenía que reconocer que, sin las dos copas que había bebido, su estómago hubiese sido un nido de víboras. Una maraña viva de nudos corredizos, pronta a morderse a sí misma en cualquier instante. Tal como eran las cosas, lo cierto es que su ánimo era bueno y su nivel de nerviosismo no rayaba en la neurosis todavía.
Difuminados por el humo y enmascarados por el ruido, nadie se molestó en verlos subir la escalera del bar. Ocelot oteó el callejón y lo dictaminó libre antes de permitir que ambos salieran a la noche parisina. No tardaron en tomar el camino del Pont d' Arcole, el puente más cercano para cruzar el Sena y pasando por la Ile de la Cite. El cielo estaba despejado, y también las calles. Había poco tráfico, y de todos modos, coger algún tipo de transporte público a esa hora, estando el Barrio Latino tan cerca, no tenía sentido.
Fuera de un par de comentarios sobre el clima que no llegaron a nada, hicieron el trayecto en silencio. Pero Hal no se engañaba. Se sabía observado; y era una estupidez pensarlo, pero casi hubiera preferido que los estuviesen siguiendo de nuevo con tal de que Ocelot no lo estuviera diseccionando de esa forma.
Evitaron un atajo por la Rue de la Sorbonne, donde la policía asediaba a los alumnos de la universidad tomada; y bordearon el barrio por los Boulevard de Saint Michel y Saint Germain antes de adentrarse por calles más pequeñas que para Hal eran nostálgicas. Allí había invitado a Ocelot a un café, allí se había puesto el otro antes a hacer sus trucos con revólveres, esa era la librería de donde sacaba sus textos de matemáticas, de física, sobre la ciencia nueva de la informática. Por supuesto todo se veía distinto de noche, pero no era necesariamente feo, y estaba rodeado de postes de luz. Por todos lados, bares y cafés abiertos y el murmullo de los jóvenes adentro pasando un buen rato y conversando entre bebidas. Pero si bien era cierto que había mundos de diferencia entre el sector inmediato a la universidad y las cuadras más cercanas, el ambiente general se parecía en toda la ciudad sin importar cuánto se adentrara uno por los barrios.
Algo había en el aire que hacía imposible sentirse completamente relajado, y la gente en las calles caminaba en grupos. Paradójicamente, el más tranquilo de todos era Ocelot. No apuraron el paso ni siquiera cuando dos encapuchados en la acera del frente garabatearon un "¡Viva La Comuna!" en negro delante de sus narices, en un viejo edificio de piedra gris; huyendo veloces cuando un carro de policía apareció por la esquina con las sirenas apagadas.
Los callejones fueron intrincándose más, para alivio de Hal, y pronto llegaron a la pensión. Abrió la puerta con sus llaves y comprobó que la casera no se encontraba ocupando su sillón favorito en la sala junto al vestíbulo. Suspiró y checó su reloj, sin poder evitar estar un poco preocupado pese a que las cosas se veían tranquilas. Mas, una vez adentro, no se encontraron un alma en los pasillos. Uno hubiera pensado que una pensión de profesores bohemios en un barrio igualmente nocturno tendría más tráfico a medianoche, pero por los viejos salones y escaleras no había quién cuestionara su compañía, y eso era algo que se agradecía. Hal prefería que nadie le preguntara qué hacía trayendo un invitado a su pieza, sobre todo si él mismo no estaba seguro de la respuesta.
Subieron, cada peldaño crujiendo con sonidos de madera vieja y malos augurios. Tercer piso. Hal giró la llave de su puerta, e indicó a Ocelot que podían pasar.
- Tienes un caos - comentó Ocelot arriscando la nariz con gesto desaprobatorio, y Hal palideció de vergüenza. Había dejado la ventana abierta antes de salir, pero eso no quitaba que la habitación se viese como si un huracán hubiese pasado por ella. Semanas de uso intensivo sin una limpieza podían tener ese efecto.
- Creo que mi línea es "bienvenido" - Hal se acomodó los anteojos - luego tú dices "gracias". Y luego podemos criticar mis pobres habilidades como dueño de casa entre los dos.
Ocelot sólo asintió, esbozando una sonrisa arrogante. Hal no supo decir si la situación le entretenía, o si la habitación estaba tan realmente mal que hubiera preferido el puente. Si es que la parte del puente era verdad.
("Siempre queda el Pont de Neuf", claro, si eras un pobre clochard sin destino. Aunque a favor de los clochards, podían ofrecer algo de vino barato para calentar la noche. Hal sólo poseía café instantáneo, o en su defecto agua de la llave.)
La persecución de la tarde no podía olvidársele jamás, y tampoco la certeza de que en una casa compartida la privacidad fuera tan escasa como el agua caliente. Así que lo siguiente que hizo fue poner el pestillo a la puerta y asegurarse que hubiese quedado firme.
- Puedes echarte en la cama. Yo intentaré ordenar esto. - Dijo Hal, recogiendo tres calcetines que nada tenían que ver entre sí y llevándolos al canasto de ropa sucia que había en un rincón.
Pausó un momento, apoyándose un segundo en el alféizar de la ventana antes de decidir cerrarla y correr las cortinas. Volteó.
Se dio cuenta que no podía seguir eludiendo el pequeño detalle de la única, igualmente pequeña cama.
Miró a Ocelot a la cara un instante y de inmediato supo que el otro ya lo había notado.
Ninguno de los dos dijo nada. Sintiéndose súbitamente agotado Hal se puso a apilar con presteza los libros nuevos que tenía sobre el escritorio. De tanto en tanto miraba a su invitado de reojo, viéndolo sacarse las botas, los holsters, la chaqueta. Continuó con la camiseta, y Hal se dijo que tenía que intervenir. Y en lo posible, mirar lo menos que pudiera, por mucho que deseara otra cosa. Se odió un poco por eso.
- Tengo ropa de dormir por si necesitas - dijo, deseando sonar más seguro de sí mismo. - Mañana podemos ir a recoger tus cosas.
- Estoy bien así - replicó Ocelot, doblando correctamente todo y poniéndolo en una pila a los pies de la cama. Hal enrojeció cuando se quitó los pantalones.
- La ropa interior déjatela puesta, por favor- murmuró. Notó que Ocelot lo miraba con sarcasmo, pero obedecía. Luego metió sus revólveres bajo la almohada y se tapó con las mantas. No pudo evitar preguntar:- ¿No te da miedo que uno de esos se dispare en tu cabeza mientras duermes?
- No voy a discutir mis hábitos contigo, Emmerich- replicó Ocelot. Si Hal hubiese sido más observador, hubiese tal vez notado que los revólveres tenían el seguro puesto, pero lo cierto es que casi no sabía de armas.
Continuó ordenando, para tener las manos ocupadas, y también porque la habitación realmente lo necesitaba. Hubiese sido mentira decir que esperaba llegar a alguna solución respecto de la cama mientras lo hacía. Pretendía más bien dejar pasar las horas. Dejar a Ocelot descansar, quizá verlo dormir sin interrumpirlo ni ser intrusivo. Su memoria insistía en volver a las noches en la enfermería en la Sorbonne, teñidas ahora de un dulzor que no habían tenido realmente en sus inicios llenos de sobresaltos y el murmullo revolucionario de los estudiantes pasando por afuera. Habían sido buenas noches, en realidad. Y buenos días. El inicio de su infatuación. No se arrepentía de nada.
Transcurrido un rato, cuando se disponía a echar el primer vistazo robado, se encontró con la mirada azul de su huésped. Ocelot no dormía. Todo este tiempo lo había estado observando dar vueltas por la habitación como si fuese una abeja particularmente ocupada.
- Perdón - se discupó Hal de inmediato. - Pensé que estaba siendo silencioso.
- Te equivocaste - respondió Ocelot. Pero no parecía molesto.
- No quería... quiero decir, dijste que estaba desordenado, y quise arreglar eso.
- Puedes hacerlo mañana - respondió Ocelot. - Ve a descansar.
No "ven a descansar". Muy bien. Hal había estado esperando una solución y ahí la tenía.
Asintió y apagó la luz.
- Buenas noches, Ocelot.
Tomó asiento en el escritorio, y luego de quitarse los anteojos, apoyó la cabeza en los antebrazos. No se sentía mal por esto, realmente, era la salida más diplomática que podía pedir.
- Emmerich, ¿qué estás haciendo? - le llegó desde la cama.
- ¿Tratar de dormir? - no despegó la cara de los brazos.
- No vine a desterrarte de tu propia cama. - Ocelot claramente estaba agregando un "idiota" al final de esa frase en su cabeza. - Ven a acostarte.
No podría haberse negado nunca. Cauteloso, Hal se levantó y comenzó a desprenderse de su abrigo, su ropa, ponerse el pijama. Inevitablemente tiró la ropa al suelo, sin darse cuenta. Tenía otras cosas en mente. Mientras más miraba la cama, peor que diminuta le iba pareciendo.
Pero acabó por tenderse, tratando de hacer lo imposible por no perturbar a su compañero de cama. Finalmente logró acomodarse de lado, tratando de ignorar la forma en que le hacía sentir tener a Ocelot tan cerca. Presionó la mejila contra la almohada, y la tela refrescó un poco su calor. Quería voltear y acercarse, pero no iba a traicionar lo que sentía. Ocelot era su huésped y lo estaba ayudando porque quería serle útil, no porque pretendiera pedirle nada a cambio.
Escuchó a Ocelot suspirar, acomodarse un instante antes de decir:
- Compartir cama era algo común cuando salíamos a ejercicios de terreno, como Spetsnaz.
En la habitación, el silencio se hizo tal que Hal podía escuchar los latidos de su propio corazón; y cuando tragó saliva se le hizo increíblemente ruidoso. Exhaló.
- Entiendo - murmuró. Le tomaba el peso a lo que Ocelot estaba revelándole. Por supuesto, todo había apuntado antes a un pasado militar y el mismo Ocelot lo había más que insinuado en ocasiones. Pero era la primera vez que Ocelot en verdad decía algo sobre sí mismo así de directo, así de detallado. Una unidad, una nacionalidad. Explicaba algunas cosas, y también abría otras interrogantes. Por qué había desertado, quién lo seguía, eran preguntas que continuaban en el aire.
En ese contexto, perdía toda importancia el asunto de la cama. Solo era su pudor de civil socialmente inepto en comparación.
- Emmerich, mírame.
Y otra vez, a Hal no se le hubiera ocurrido desobedecer. Volteó en la cama tratando de que las mantas no se enredaran, y se encontró de frente con la expresión infinitamente seria de Ocelot.
- Si me traicionas, lo sabré - dijo el soldado. - Y en ese caso, no dudaré en matarte.
Hal no tuvo tiempo a contestar nada. Ocelot lo estaba besando.
Cerró los ojos y besó en respuesta, dejándose arrastrar por el calor del otro hombre.