Tobías | PERDON POR EL PEDAZO DE TEXTO.
1. Estanque Yeerk.
Primero es un pequeño túnel. Se oía un sonido semejante a un chapoteo, como pequeñas olas que rompieran en una playa. Resultaba un sonido agradable pero, mezclados con él, resonaban otros espantoso: gritos desgarradores, alaridos de terror, risotadas triunfantes. Penetré en aquella abertura. Las escaleras eran muy empinadas y no había pasamanos, así que tenías la impresión de estar a punto de caerte por el hueco a cada paso que dabas. Al principio esperaba que hubiera tan sólo un par de tramos de peldaños. Pero lo cierto es que no se acababan nunca. Y, aunque continuábamos descendiendo, siempre quedaban más. Las paredes estaban mugrientas. Luego, a medida que bajábamos nos dimos cuenta de que los muros eran ya de roca viva. Aquellas escaleras eran interminable. De repente, las paredes rocosas se ensancharon. Habíamos llegado a una enorme cueva. Y cuando digo enorme, quiero decir enorme. Allí se podría haber jugado la Superbowl y aún habría quedado espacio para construir un par de centros comerciales. Era como un cuenco puesto boca abajo que alguien hubiera excavado en la roca maciza. En el punto más alto de la bóveda podía distinguirse con dificultad la silueta de un agujero. Me pareció que lo que veía a través de él eran estrellas.
Rodeando el borde exterior de la cueva había otros tramos de escalera semejantes al nuestro. Procedían de todas direcciones y emergían de los muros para descender hasta el mismo suelo. Porque eso es lo que teníamos delante: ¡una ciudad subterránea! Había edificios y naves bordeando toda la cueva. Distinguíamos a la perfección una serie de excavadoras de color amarillo y grúas en pleno funcionamiento al otro lado de la misma. Curiosamente ofrecían un aspecto acorde con un sitio tan increíble como aquél. Y estaba poblado por una multitud de criaturas alienígenas: taxxonitas, hork-bajir y otras muchas que ni siquiera sabíamos qué podían ser. Sin embargo, lo que más abundaba eran seres humanos. Los había a montones.
Justo en el centro de la cueva, había una especie de estanque similar a un pequeño lago circular de unos treinta metros de anchura. Sólo que no contenía agua exactamente. Se agitaba como el plomo fundido y era más o menos de ese mismo color. El chapoteo que habíamos oído era el ruido que hacía aquel líquido al ser recorrido y removido continuamente por cientos de diminutos seres que se movían con gran rapidez bajo la superficie. Yo sabía lo que eran: yeerks. Yeerks en su estado natural de gusano, bañándose y retozando en el estanque como niños en un día de mucho calor.
Cerca del borde de la piscina había una serie de jaulas, que contenían hork-bajir y seres humanos. Algunos de los humanos pedían socorro a gritos. Otros lloraban en silencio. Los más permanecían sentados, dejando transcurrir el tiempo, perdida ya toda esperanza de un posible rescate. Entre ellos había adultos y niños, mujeres y hombres. El número ascendía a más de cien, divididos en apretados grupos de diez personas por jaula. A los hork-bajir los habían encerrado por separado y en jaulas más resistentes. No paraban de gritar y dar vueltas mientras cortaban el aire con sus brazos llenos de cuchillas. Me vine abajo. Tuve la sensación de que el corazón me dejaba de latir. El horror que producía aquel lugar es inimaginable.