Descripción de Nadalandia (TL;DR - Lynx tiene demasiado tiempo libre.)
Partamos, como se debe, por un Principio.
Imagina que eres un pájaro. Siente las alas abiertas subiendo y bajando, las plumas en perfecto desorden, el viento oponiendo resistencia y elevándote a la vez. ¿Lo tienes?
Ahora imagínate volando sobre la tierra que sus huéspedes llamaron Nadalandia.
Bosques, bosques por todo alrededor. Prados cubiertos de pasto. Una pequeña montaña. Un enorme volcán, siempre nevado. Un lago irregularmente circular al medio.
Tus ojos de pájaro ven la niebla que rodea a este mundo cerrado, engrisando los bordes. Una niebla que parte fina y va haciéndose cada vez más espesa, haciendo surreal todo lo que miras. Y si tratas de ver más allá de la niebla, te atraviesa como una flecha la sensación de quedarse ciego, con la inquietante promesa de una muerte segura si te acercas. Apartas prontamente la vista de allí y buscas calma en la visión de verde fertilidad que Nadalandia parece irradiar.
Das una vuelta, volando kilómetros y kilómetros con tus alas de pájaro, y compruebas la circularidad de un mundo cerrado. La Nada marca los límites, omnipresente, incluso cuando pasas tras el volcán y la montaña.
¿Vamos a los detalles?
Un recién llegado aparecería por el cementerio. Las lápidas son de piedra, y muchas de ellas están quebradas. Un recién llegado aparecería recostado en un ataúd, quizá pasando por el pánico del encierro unos segundos, o minutos, u horas. Tendría que abrir la tapa y salir del agujero excavado en la tierra, piadosamente sin cubrir. Se hallaría entonces con lápidas, tumbas y larga maleza seca dándole la bienvenida. Amarillo enmudecido y gris, todo casi monocromático.
Del cementerio sale un camino empedrado. Una flecha de madera señala su inicio, “La Mansión” grabado en letras góticas negras y el dibujo de una rosa de los vientos que indica el norte.
No queda otra cosa que seguir el camino, ¿verdad?
La maleza del cementerio se vería prontamente reemplazada por matorrales, y un poco más allá, árboles de hoja caduca. Siguiendo el camino, estos darían paso a altos árboles de hoja perenne. Coníferas como pinos, araucarias y abetos; acacias, robles, laureles y muchos otros más en obscena mezcla de verde intenso cubiertos de enredaderas y arbustos creciendo al pié. Si es una cuestión de flora, Nadalandia no discrimina locaciones: el conjunto está formado por diversas especies de origen ecléctico y locaciones dispares. Pareciera ser que lo más importante es qué tan hermoso pueda verse. Pero puedes notar que todas las especies vegetales corresponden a un clima templado, de aquellos en que los veranos son tan cálidos como fríos los inviernos.
El bosque a los costados del camino es espeso, de aspecto inaccesible, por lo que no te apartas del camino empedrado. Letreros en blanco apuntan a distintas direcciones, pero el único que se repite con claridad es el que indica el camino a “La Mansión”. Observas todo, ojos y oídos bien abiertos. La fauna es tan diversa como la flora, y el bosque rebosa vida a reventar, quebrando el silencio de la caminata con cantos de pájaros y ladridos de zorros, llamados de tejones, la velocidad del rayo de las ardillas trepando a los árboles. El martilleo de un pájaro carpintero dando ritmo a tus pasos. Una rama de árbol que se mueve entre las hojas y resulta ser la cornamenta de un huemul, o la visión rápida y silenciosa de un gato montés. Y encontrarás también criaturas que nunca antes habías observado, o siquiera imaginado. Pero observas (quizá aliviado) que ninguna de estas criaturas se atraviesa por el camino de piedra.
Al rato de caminar, medio oculta por los árboles, verás una casa azul con un amplio galpón a un costado. El letrero “Taller Mecánico MK-Over9000” te indica su función. Si preguntas a su dueño, te dirá que estás exactamente en la mitad del camino para salir del bosque, y que no te apartes del camino.
Continúas, y de tanto en tanto ves senderos encercados a los costados, pero perseveras. Una pista de carreras intersecta con el camino, pero no detienes tu paso. Poco a poco el bosque va haciéndose menos espeso y vuelves a ver a los árboles de hoja caduca, notando ahora que muchos de ellos son árboles frutales, y que hacen una guisa de barrera que limita al bosque. El conjunto termina abruptamente y alcanzas a ver largas hojas de pasto largo, que probablemente te llegará a la cintura cuando lo atravieses.
Llegas al borde y te das cuenta que has estado en la cima de una colina todo este tiempo. Desde su altura puedes apreciar el lugar en su totalidad. Verdes prados te saludan, briznas de césped semisalvaje moviéndose en la brisa. El lago. La montaña. El volcán. Y al medio, lo que parece una zona habitada junto a una playa. Si tienes prismáticos a mano podrás distinguir a lo lejos una gran estatua, granjas, bases de aspecto militar. Zonas de cultivo, edificios y casas. Comercios, restoranes, sitios de descanso. La pista de carreras que antes viste, dando la vuelta a todo lo visible. La zona habitada parece tan rebosante de vida como el bosque, y la playa tiene un acogedor aspecto, con su forma de bahía, las arenas blancas, y las palmeras dando sombra.
Pero lo que realmente domina el paisaje, centro de foco, es la mansión de brillante aspecto posada sobre otra colina, levemente aislada del resto.
Dejas los prismáticos y continúas la ruta. Hay una posada al pié de la colina, que al parecer dobla como oficina postal, pero de momento no necesitas sus servicios. Tienes que llegar a la mentada Mansión de los letreros.
El camino baja por los prados, y bordea el lago. En algunas zonas la ribera es rocosa, y en otras pequeñas playas de arena alojan lotos, colas de zorro, cañas de bambú y papiros. De tanto en tanto, verás árboles en los costados de distintas especies, simplemente repartidos al azar en medio de los prados, sea a lo lejos o bordeando el camino. Mientras más te acercas a la zona poblada, más frecuentemente ves banquetas de madera bajo los árboles. Pero los prados no están realmente domesticados. Aquí y allá surgen macizos de flores, pastos largos, arbustos llenos de bayas y zarzamoras. Estanques de agua dulce rodeados de musgo, habitados por ranas, lagartijas, axolotls. Brezos de todas las especies trepan por las colinas, liberando un dulce aroma.
Inesperado, un olor a sal te da de lleno en la nariz. Buscas su origen y te das cuenta que es el lago el que ha cambiado, pasando del agua dulce a… una suerte de salmuera casi oceánica. Como si parte de él fuese un pequeño mar. Perplejo, te asomas a mirar y observas las algas creciendo en los roqueríos que ahora circundan el lago, pequeños cangrejos ocultándose entre las rocas y mariscos alojados en la piedra bajo el agua. Mojas una mano para probarla y el sabor es tan salobre como su aroma. Ya no te sorprende la playa que viste, pero al continuar caminando compruebas de primera mano qué tan hermosa es de cerca. La arena blanca es fina y brillante, y las palmeras que crecen alrededor de la bahía son de distintas especies. Algunas de ellas dan cocos, y otras jugosos dátiles. Hay gaviotas, cormoranes y pingüinos circundando los roqueríos de los bordes. Quizá tus ojos te engañen, pero jurarías que acabas de ver la aleta triangular de un delfín desapareciendo entre las aguas.
Nuevamente tienes la impresión de que alguien ha juntado aquí diversidad de vida de alrededor de todo el mundo, y te preguntas el por qué.
Te detienes un momento a consultar el letrero que tienes en frente, señalando La Mansión como norte. En efecto, al ubicarte, constatas que el alto volcán nevado está justo al oeste cruzando el lago, y la montaña al suroeste, ambos cercados por el bosque espeso. Alguien te hablará más tarde de las cuevas que horadan la falda de la montaña, donde es posible hallar tesoros magníficos, pero también peligrosas bestias de agresividad tremenda; recomendándote encarecidamente que no vayas a menos que tengas la expertisse de un guerrero hábil y valiente.
El polo opuesto sería, entonces, el descuidado cementerio de donde saliste al sur de este mundo.
El camino te lleva justo por el medio de la zona poblada. Puede que en tu andar te encuentres con algún alma caritativa que te explique del lugar al que llegaste, sea verbalmente o con un folleto rosa preparado ex profeso. La zona poblada es, en efecto, casi un pueblo con su idiosincrasia propia. Hay gente viviendo en algunas de las casas o edificios. En cuanto a comercios, hay una boutique, un restorán, un café, y un local que sirve pays de delicioso aroma. A lo lejos divisas un zoológico, al borde este de la zona poblada. Hay un parque acuático junto a una construcción dramáticamente señalada como “Fenocueva” por un letrero. Más allá una torre de aspecto macabro. Otra construcción, con un letrero denominándola “GLORIOSA BASE DECEPTICON” en mayúsculas, con una piscina al costado. La “Guarida”. Una “base Autobot”. La disco. Un hangar. Todo llena tus sentidos, el golpe de la civilización demasiado abrupto después de la verde y salvaje ruta que atravesaste. Es demasiado, demasiado para ver de una sola vez y estás cansado por la caminata. Dejas que el buen samaritano que te encontró te guíe el resto del camino, siguiendo indefectiblemente el sendero empedrado que comenzaste tanto rato atrás.
En subida nuevamente, tus pies te llevan al lugar que tanto te ha sido señalado. Es la Mansión, una gran construcción de aspecto germánico rodeada de setos, macizos de flores y árboles. Sus blancas paredes están cruzadas por madera tallada a guisa de adornos, que remarcan las amplias ventanas y la belleza de sus torres. El techo es azul eléctrico, destacando contra el cielo y el verdor de la vegetación. Hay cierto encanto rústico mezclado con su elegancia y dignidad de casona antigua. Y apenas tienes tiempo de ver todo esto y analizarlo – la puerta te está saludando.
De aspecto macizo y madera fina, la puerta sentiente se presenta como Harvey. No te hace problemas para entrar una vez que constata tu aspecto de recién llegado.
Hechos los trámites de encontrar la habitación que la pizarra de la entrada te ha asignado, vuelves a la planta baja de la Mansión y sales por la puerta trasera. Te sientes de inmediato acogido por la verdeante flora del lugar: Árboles y enredaderas floridas de aspecto salvaje bordean tu pasar. Pero avanzas un poco más y encuentras un ordenado, enorme jardín, con flores de todas las variedades imaginables, estanques de agua borboteando un sonido que te llena de calma, y banquetas de piedra para descansar. Un espeso seto de álamos y arbustos marca el perímetro del jardín, una cuidada huerta creciendo a sus pies, en la que se cultivan desde sandías a tomates, sin olvidarse del rincón de las hierbas curativas. Tras los álamos regresa el verde prado de tu camino, y más allá el bosque que en efecto rodea todo este circular mundo.
Te sientas en una de las banquetas a descansar. Alguien te ha explicado lo marcadas que son las cuatro estaciones en Nadalandia, e imaginas el aspecto del lugar en invierno, cubierto de nieve como el volcán; o en otoño, con los árboles de hoja caduca coloreando de oro, rubí y cobre los bordes del bosque siempreverde, sus hojas formando montoncitos sobre el pasto.
Pero la verdadera gloria, piensas, debe ser en primavera. Los macizos de cerezos que viste por el camino, generosamente florecidos en rosa pálido. Los árboles frutales abriendo sus capullos. El brezo arrojando olor a miel, confundido entre el dulzor de las flores silvestres en el prado más verde que nunca y los arbustos poblándose de bayas coloridas. Cantos de pájaros en cada árbol, saltamontes en el césped, conejos corriendo por las colinas.
Inhalas, lo vívido de tu visión casi aturdiéndote por momentos. Vuelves a abrir los ojos.
Si. En realidad, no es un mal lugar al que has llegado.
Te han advertido ya de su sentiencia, de los trucos, bromas pesadas y eventos de asistencia obligatoria. Estás prevenido, si bien es imposible saber qué tan listo estás hasta que algo ocurra.
Y sin embargo, mirando la explosión de vida que te rodea, respirando el aire puro y recordando la acogedora habitación que te espera…
De verdad sientes que debes darle una oportunidad a este sitio.
Simplemente es tan hermoso.
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Okay, eso fue terrible y lleno de adjetivos y god la prosa mala y tl;dr. Ojalá alguien lo haya leído entero sin aburrirse. Pero es así como me imagino Nadalandia. Como verán, no describí el interior de la Mansión, puesto que este está ya lo suficientemente bien descrito en la FAQ. Me concentré en los exteriores, los grandes bosques, el lago, el volcán. Cosas que me hacen feliz.
Hay gente que quiere que se la lleve el Doctor, o escapar a Narnia.
Yo quiero irme a vivir a Nadalandia. Y ojalá fuese una residencia permanente.
Dicho todo esto, quedo a la espera de sus comentarios. Y si necesitan que describa algo más, ustedes pidan y yo iré añadiendo.