[Había días en que Melanie extrañaba, no tanto la vida de crimen, sino la facilidad con la que había podido pagar por cosas antes.
Sí, no era su dinero. Sí, estaba mal. Pero su yo de dieciséis años nunca se tuvo que preocupar de preguntarse qué iba a poder pagar esa semana: comida, la renta, transporte, o la escuela. Y a veces extrañaba esa facilidad.
Nunca lo suficiente para robar otra vez: eso estaba atrás, tres años sin siquiera cruzar la calle antes de que la luz estuviera en verde, gracias. Pero sí lo suficiente para que, al notar el tacaño habitual de la mesa cuatro *otra vez* no había dejado propina, argumentando que su café había estado demasiado caliente, tuviera un largo momento de pensar lo fácil que habría sido sacarle la cartera sin que lo notara.
En lugar de eso, Melanie sacudió la cabeza (malos, malos pensamientos, Melanie) y fue a dejar la bandeja.
Sólo tenía que aguantar unos minutos más y su turno terminaría]