*No tiene idea de la hora qué debe ser, porque la noción del tiempo la había perdido con relativa facilidad entre aquellas cuatro paredes de la habitación. Estaba acurrucado en su cama, mirando fijamente las gruesas cortinas que cubrían los ventanales, impidiendo que pudiera ver el cristal.
Las cortinas eran sus salvadoras, pero también sus carceleras, porque aún si impedían que aquella cosa pudiera sonreír cruelmente desde el vidrio, apenas dejaban pasar la luz del día. Pero estaba tranquilo, a salvo entre las sábanas tan pálidas como él, rodeado del silencio. Tal vez si dejaba que el peso de los párpados le ganase el asalto, cayese profundamente dormido*