[Le mira fijamente, conteniendo las ganas que tenía de decirle que no debía tentar tanto a la suerte, porque quizá estaba tan mal de la cabeza como él. Aunque eso era difícil a decir verdad. Había pocos pacientes que estaban a su cargo que tenían un problema tan grave como el del conejo, si acaso los más peligrosos estaban a cargo de médicos con mayor experiencia, sin contar que estaban en permanente aislamiento.
De cierta forma, temía que ese idiota terminara igual. Podría ser un maldito imbécil, pero la mayor parte del tiempo parecía estar sano. Al menos hasta donde él se enteraba. De todos los que llamaban su atención, con este sujeto era con quien se mostraba más renuente a mezclarse y aún así terminaba haciéndolo. Así que el conejo se equivocaba: él ya estaba tocado de la sesera también]
En mi despacho tengo periódicos para que puedas resolver más de tus estúpidos crucigramas.