No supe muy bien por qué, pero su sonrisa no me tranquilizó demasiado; tal vez fue porque con aquella fachada de tipo duro no le pegaba mucho o porque la idea de tener que compartir habitación con él por el resto del curso me aterraba en cierto modo. Retrocedí un poco automáticamente cuando me dio los toquecitos en la espalda, más por el susto que por otra cosa, y luego apreté los labios en una sonrisa asintiendo enérgicamente.