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*Lo sabía. Sabía que todos sus rezos caerían en saco roto. No importaba lo mucho lo deseara, o lo mucho que rogase al karma que por una vez lo tratase bien. Al final, el que terminase perjudicado en cualquier situación siempre resultaría ser él. De modo que con resignación carga con todas las bolsas, la nevera, las sillas plegables y todo cuanto no pudieron cargar el resto de chicos, avanzando por la arena de manera lánguida y desganada como si estuviera atraesando el más extenso de los desiertos. Empezaba a tener la impresión de que cuando llegara a donde estaban las chicas, ya sería hora de recoger.*