- Sí. - Dijo la vieja dama. - Ellos también mueren, y su vida es incluso más efímera que la nuestra. Nosotros vivimos a veces hasta tener trescientos años, pero entonces dejamos de existir. Sólo nos volvemos espuma en la superficie del mar, y no tenemos ni siquiera una tumba para que la visiten aquellos a quienes amamos.