Al principio parecía bien, pero daba un poco de miedo que la única persona que conocía con un trato así estaba bastante loca. Pero bueno, uno es joven y arrogante, se convence que no te va a pasar a ti, etcétera.
En fin, montamos un castillo entre Calcifer (el demonio) y yo. Digo castillo porque aparenta serlo si lo ves desde el valle de Chipping, pero en realidad era una casa normal en Porthaven. Lo particular es el trabajito en lo visual-espacial que hice. La puerta de la calle daba a cuatro lugares a la vez: Porthaven, Chipping, la capital Kingsbury, y la última puerta era interdimensional y daba a las afueras de Swansea en Gales. Mi pueblo natal. En fin, Calcifer se instaló en el hogar y le daba poder al castillo, que en su puerta del valle se puede mover.
Tenía un nombre y un trabajo en cada puerta. La puerta de Chipping era peculiar, porque le pedí a mi nuevo aprendiz que ensuciara mi nombre para que la gente no nos fastidiase. Ellos creían que el Horrible Mago Howl del castillo ambulante comía los corazones de las doncellas que capturaba en sus garras. Era una exageración de algo que dijo la tía de una chica que cortejé una vez, claro. (¿Cómo se llamaba? ¿Meredith? Bah, da igual.) Pero la gente se lo creyó y nos dejaron en paz.
Excepto que un día llegó esta vieja por la puerta del castillo que no me tenía miedo. En realidad no era vieja: sólo tenía un hechizo de envejecimiento que le impedía decir lo que le pasaba. Esta mujer terrible se autodenominó nuestra ama de llaves. La dejé quedarse porque no me estorbaba tanto, pero nos estaba volviendo locos a los tres. Ya sabes, mujeres... Estaba obsesionada con buscarse algo que hacer. Limpiaba todo, curioseaba, destrozaba trajes, curioseaba, cocinaba intimidando a Calcifer, curioseaba. Ya llegaba un punto que le quería quitar la maldición para que se largara. Aunque bueno... era tan imposible que me encariñé.