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[Vuelve a reír] Pero mi padre no es alguien que tome a bien ser desobedecido. La segunda vez que intenté entrenar sola, lo hice en secreto. Por supuesto mi padre se enteró y dio un castigo ejemplar a la persona que me había facilitado la espada de madera, y luego se aseguró que todos en el castillo se enteraran de lo que había ocurrido.
[Desvía la mirada] Fui encerrada de nuevo, esta vez sin agujas de bordar ni libros ni ventanas ni mantas. [Su tono al continuar es amargo] Debía reflexionar acerca de mis acciones, aprender a apreciar lo que tenía.