Cuando aprendía a escalar siempre tenía las manos muy maltratadas, llenas de cortadas y ampollas. Mamá nunca decía nada pero me jalaba a la cocina donde preparaba una poción para que mejoraran. Al día siguiente las tenía igual de nuevo. [Apoya su cabeza con la tuya] Después de cinco días vio que sería inútil, con el paso del tiempo aprendí a no lastimarme tanto y mi piel se hizo más dura.