[Sus días son los mismos desde que puede recordar.
Despertar. Ver que alguien dejó comida. Leer libros. Prender la radio y cantar lo que sea que salga. Esperar a que alguien venga. Nadie viene.
Sentada en su percha, lo más alto que puede en su habitación, la niña se asoma por la ventana y casi, casi puede ver las luces de afuera. Empuja, por el breve espacio que consigue empujar, una gruya de papel y, mientras baja, se apaga la luz.
Eso no es tan normal. Eso no es su día.
Menos normal es, tampoco, que de repente, la puerta que nunca ha visto abrirse, se abra.
Se asoma, despacio]
... ¿hola?
[Sin conseguir respuesta, empieza a caminar por el pasillo fuera de su habitación]