[Siente que se le aprieta el corazón cuando dices eso, y ya no puede seguir ocultando su expresión afligida, ni siquiera cuando frunce el ceño. Levanta una mano hacia ti, apoyándola en tu antebrazo.] No digas eso.
[Vuelve a bajar la mirada, pero esta vez es para que no notes sus ojos vidriosos.] No se te puede culpar por algo que no deseabas que sucediera, que no podías haber previsto que iba a suceder. [...] ... No se te puede culpar por querer ser honesto.
[Aunque hubiera preferido que se lo hubieras dicho antes. Ahora...]