Así que los dos, a la vez, decidieron huir y regresar uno con el otro. Atrás dejaron las joyas, los elegantes vestidos, los dones que les habían sido dados. Vistieron sus humildes ropas de campesina y leñador y tomaron prestado a un corcel de la noche y a un corcél del día para poder regresar con su amado.
Pero alas, pues tanto el Señor de la Luna como la Señora del Sol los descubrieron antes de que pudieran escapar y su cólera no conoció igual.