Y entonces, una noche de luna llena, el Señor de la Luna bajó hasta la cabaña dónde la chica dormía: la había visto tantas veces que estaba prendado de ella, así que le prometió montañas de perlas y ríos de plata y a pesar de su amor por el hermoso joven, ella aceptó, pues era joven y no quería ser pobre y quería conocer el mundo.
Pero no nos sintamos mal por el joven: porque, muy temprano de mañana, cuándo los rayos del sol acariciaban los pétalos de las plantas, también acariciaron el rostro de él. La Señora del Sol le pidió que fuera con ella a su castillo de rubies y oro, prometiéndole espadas y armaduras y él también, a pesar de su amor por la hermosa joven, aceptó la invitación, pues era joven, no quería ser pobre, y quería conocer más del mundo.