Eso nunca es una buena opción, claramente. Y ahí es donde radica la dificultad de la decisión.
¿Atreverse a degustar la comida de apariencia y sabor agradables, quizás, pero ignorantes de qué posiblemente desfavorables consecuencias pueda acarrear; o resignarse a ser un comensal más del festín de artrópodos, seguros en la certeza de que no nos puede esperar nada peor que un malestar de estómago?