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Mansión Hellsing || Toda la noche
[El reloj marca las doce.
Hay luces en el camino, a pesar de los faroles apagados; extiendes tus manos y es como si parpadearan y se quisieran apagar. Pero no lo hacen, y al tacto se sienten frías. Así que avanzas, y transitas por el camino iluminado a la hora indicada con las galas demandadas, y la oscuridad que te rodea más allá de esta senda -¡por una vez!- no parece preocuparte. Es Nadalandia y, quizás, si subieras, podrías también atravesar la luna con tus manos. O lograr, supones, cualquier otra barbaridad romántica.
El reloj marca las doce, y hay luna llena, y las puertas de la mansión se abren.
Los pensamientos -y la potencial vergüenza acompañándoles- que llevas elaborando te dejan momentáneamente, distraído por el perfume dulce de los nenúfares en las fuentes, por los faroles y el cristal que apresa la luz que hasta ahora te ha escoltado. El murmullo del agua ahoga, casi, el vals que se filtra desde la entrada, las ventanas. Cuerdas, y quizás voces, ¿después?. La visión de la imponente, normalmente sombría mansión te desconcierta con su pureza, lo luminosa que se ve. Tiempo, tiempo atrás, los salones se engalanaron con oro y máscaras y un rojo que se nos aseguró no era de la herida de nadie. Un encantamiento, tal vez. Todo sigue siendo bárbaramente romántico.
El reloj marca las doce.
Las luces del salón no te lastiman los ojos al entrar, pero te confunde, por un momento, no haber dejado el cielo donde estaba. Los acompaña, sobre sus cabezas, un cielo-que-no-es y estrellas-que-no-son y luz-de-luna a falta de la que dejan atrás y se asoma aún por las ventanas. El mago, con su larga, larga barba, también tiene estrellas en la túnica, estrellas en los ojos. Ya adentro, la orquesta mágica ahoga el repiqueteo de los tacones, el chin-chin de las copas y la cristalería. Hay perlas en los manteles, en las solapas y los trajes de los señores, en el cabello de algunas damas. Pero ninguna corre, notas -con algo de gracia-, y nadie ha perdido su zapato.
Ah, bueno. Nada puede ser perfecto.]
((¡Post del baile de la luna llena! Admiren la decoración, admirense entre ustedes, HAGAN MALDADES, no le pisen el vestido a nadie. PARTY HARD))
Hay luces en el camino, a pesar de los faroles apagados; extiendes tus manos y es como si parpadearan y se quisieran apagar. Pero no lo hacen, y al tacto se sienten frías. Así que avanzas, y transitas por el camino iluminado a la hora indicada con las galas demandadas, y la oscuridad que te rodea más allá de esta senda -¡por una vez!- no parece preocuparte. Es Nadalandia y, quizás, si subieras, podrías también atravesar la luna con tus manos. O lograr, supones, cualquier otra barbaridad romántica.
El reloj marca las doce, y hay luna llena, y las puertas de la mansión se abren.
Los pensamientos -y la potencial vergüenza acompañándoles- que llevas elaborando te dejan momentáneamente, distraído por el perfume dulce de los nenúfares en las fuentes, por los faroles y el cristal que apresa la luz que hasta ahora te ha escoltado. El murmullo del agua ahoga, casi, el vals que se filtra desde la entrada, las ventanas. Cuerdas, y quizás voces, ¿después?. La visión de la imponente, normalmente sombría mansión te desconcierta con su pureza, lo luminosa que se ve. Tiempo, tiempo atrás, los salones se engalanaron con oro y máscaras y un rojo que se nos aseguró no era de la herida de nadie. Un encantamiento, tal vez. Todo sigue siendo bárbaramente romántico.
El reloj marca las doce.
Las luces del salón no te lastiman los ojos al entrar, pero te confunde, por un momento, no haber dejado el cielo donde estaba. Los acompaña, sobre sus cabezas, un cielo-que-no-es y estrellas-que-no-son y luz-de-luna a falta de la que dejan atrás y se asoma aún por las ventanas. El mago, con su larga, larga barba, también tiene estrellas en la túnica, estrellas en los ojos. Ya adentro, la orquesta mágica ahoga el repiqueteo de los tacones, el chin-chin de las copas y la cristalería. Hay perlas en los manteles, en las solapas y los trajes de los señores, en el cabello de algunas damas. Pero ninguna corre, notas -con algo de gracia-, y nadie ha perdido su zapato.
Ah, bueno. Nada puede ser perfecto.]
((¡Post del baile de la luna llena! Admiren la decoración, admirense entre ustedes, HAGAN MALDADES, no le pisen el vestido a nadie. PARTY HARD))