Para mi desolado yo de diez y para mi victorioso yo de veintiocho, fuiste y serás siempre mi orgulloso.
De todo aquello que me lamenté no tener la oportunidad de realizar, el renunciar a la mujer que amé y el no estar ahí para darte la bienvenida, son las heridas que más pesan.
Y estos días, aunque sea por sólo un poco, se me ha permitido remediar lo segundo. Por eso, estaré por siempre agradecido.