A la cuarta noche, mamá tuvo unas complicaciones, y en su pánico, te dejó conmigo.
No parabas de llorar. Hice mi mejor esfuerzo por ignorarte, pero tú simplemente llorabas más y más fuerte; furioso y cansado, entré a tu habitación y comencé a gritarte.
'¿Por qué estás aquí?' 'Eres molesto, te odio' 'Mamá está débil por tu culpa' 'No eres el que debería estar acompañandome en casa'.
Grité y grité y a cada palabra y queja sin sentido, llorabas más fuerte. A este punto me detuve a respirar, y caí en cuenta de que era mi primera vez cerca de tu cuna, mi primera vez mirándote.
Y la parte de mi cerebro que no estaba demasiado ocupada doliendo o siendo infantil pensó: 'ah, está llorando. No son gritos. Está llorando'