Desde el punto de vista de un adulto, quizás. Pero nosotros estamos hechos para los niños. No sólo jugamos con ellos, sino que la mayor parte del tiempo somos sus confidentes. Si supieran que podemos hablar y que existe la posibilidad--sólo la posibilidad--de que repitamos todo a sus padres, muchísimas cosas se quedarían sin decir, y eso a la larga hace daño.
Aunque sea sólo por eso, es nuestro debe honrar esa confianza. El vínculo entre un juguete y su niño es sagrado.
Además, de alguna manera, podría decirse que soy ellos los que nos dan vida, porque nos ven vivos.