[El soldado tuvo que marcharse. Aún sin su pierna tenía experiencia en el combate, y la falta de pierna no era importante si estaba a caballo, si podía usar su espada ahí. Viajo en barco a tierras enemigas y peleo día y noche, esperando que así pudiera, aunque sea, proteger a la bailarina. A veces olvidaba su nombre, su propia existencia, e incluso a veces parecía olvidar la sonrisa de la bailarina, pero sólo pensar en ella volvía a hacer que esa luz brillara en él y la recordara, a ella y a su baile, allá en pueblo del otro lado del mar.
Finalmente, la guerra terminó. El soldado había sido herido incontables veces. Le dieron medallas por su valor y lo hicieron un ejemplo para los demás soldados. Colgaron medallas y corazones de metal sobre del soldado, mientras él simplemente pensaba en la bailarina, entre sus sueños de fiebre. El viaje de regreso a ese pueblo pasó entre un pestañeo y otro, o así le pareció.]