Érase una vez, en un reino muy lejano, una rey y una reina que añoraban tener un hijo propio. Un día de invierno, mientras la reina zurcía, se pinchó el dedo con la agua, y tres gotas de sangre marcharon la nieve.
- Me gustaría, - murmuró la reina - Poder tener una niñita que tuviera la el cabello negro como la noche, la piel blanca como la nieve y los labios rojos como la sangre.