Curiosamente, a pesar de todo eso, a pesar de ella misma, la princesa no podía dejar de ver lo que el príncipe hacía. Había algo en él que era sencillamente fascinante.
No se trataba del hecho de que fuera muy apuesto (aunque sí lo era), era más bien esa determinación a prueba de balas lo que retenía en él los ojos de la princesa.