Mabel Pines vs Spider-Man Poco después de que el lado súper de la familia visitara Gravity Falls, Mabel reunió el suficiente dinero para viajar a Nueva York con Dipper gracias a las fotos autografiadas de Thor, y aún le sobró algo. Pero también sabía que, una vez que encontrara a la gente correcta, no sería necesario desembolsar un centavo más, ni siquiera para una habitación de hotel. Por lo tanto, consciente de que pronto haría hambre, en cuanto los hermanos bajaron del autobús y Dipper quedó resguardado en un museo, Mabel, con una fuerte determinación en el alma y un coqueto gorro en la cabeza, se dirigió directo a la torre de los Avengers. No llevaba un mapa en parte a lo bien que se distinguía a la distancia y en parte porque, gracias al tiempo pasado con el tío Stan, sabía perfectamente lo que le ocurría a aquellos obvia cara de turista. Por desgracia, aparentemente también había sobrestimado tanto la distancia como el orden de las calles.
Fue entonces cuando descubrió también que a la gente con cara de perdida también le pasaban cosas.
Con toda su práctica tanto sola como de asistente de Stan desplumando incautos, debió haberse dado cuenta antes de que dos tipos de ropa sucia y cara torcida la acorralaran en el callejón. Aunque también era cierto que ni ella ni Stan habían usado nunca violencia física. Al menos, estaba segura de que ella no—y menos con una navaja así de grande.
–Bueno, bonita –dijo uno de ellos, el que sostenía la navaja–, danos todo lo que lleves encima.
Mabel frunció el ceño y comenzó a contar con los dedos.
–Primero, gracias por lo de bonita. Segundo, no voy a darte nada de lo que es mío porque yo me lo gané –en un sentido amplio o no de la palabra, daba lo mismo–, y, tercero, ¿estás libre hoy más tarde?
–¿Qué?–respondió el tipo, aunque su compinche se rió por la nariz.
–Bueno, lo que sí es que tendrías que darte un baño y arreglarte un poco.
Más risas en el fondo mientras el tipo encarando a Mabel enrojecía y temblaba de lo que Mabel esperaba fuera nerviosismo al encontrarse ante tanta belleza.
–¡Tengo novia!–exclamó de pronto a trompicones.
–Ah, qué lástima –respondió Mabel con un puchero, pero comenzó a caminar hacia la salida del callejón–. En ese caso, mejor lo dejamos aquí. Hasta luego y que te acompañe la buena fortuna en la vida.
Sin embargo, antes de que pudiera alejarse de los pandilleros, el que se había estado riendo la sujetó de la muñeca.
–¡No tan rápido!
–¡Oye! ¡Ya me había despedido! ¡Respeta mi salida digna!–exclamó Mabel y trató de zafar su brazo, pero el tipo era más fuerte.
Sin embargo, antes de que ninguna de las dos partes pudiera protestar más, una especie de red blanca le dio en la cara y lo hizo caer de espaldas.
–La escuchaste: siempre se deben respetar las salidas de las damas –dijo alguien desde arriba de ellos.
Mabel giró la cabeza para ver a un tipo vestido de rojo trepado de cuclillas en la pared. Cierto. Steve-el-Grande había hablado mucho de Spider-Man cuando fue de visita. Mabel debió haber esperado a que apareciera por ahí.
Spider-Man continuó:
–Miren, hoy estoy de buen humor, así que voy a darles la oportunidad de irse ahora, reconsiderar sus decisiones de vida y ahorrarnos una escena desagradable.
El tipo de la navaja sacó una pistola con su mano libre mientras su compañero seguía revolcándose en el suelo tratando de sacarse la telaraña de la cara.
–Ooooooo podemos hacer eso –respondió Spider-Man resignado.
Fue entonces cuando Mabel le dio una patada con todas sus fuerzas en la espinilla. Era uno de sus mejores y más practicados golpes, así que el dolor hizo al fulano soltar sus armas y caer de rodillas. Un par de certeras telarañas le pegaron las manos al suelo. Y ahí acabó el asunto.
Spider-Man bajó de un salto a felicitar a Mabel, quien se estaba sacudiendo las manos.
–Eso fue cool.
–Gracias. Pero se creían que después de Bill iban a asustarme estos dos, ¡ja!
–¿Y ese quién es?
–Un demonio interdimensional que quería apoderarse de nuestra realidad, pero ya lo detuvimos y quedó convertido en piedra.
–...oooookay.
–Es en serio, puedes preguntarle a Steve-el-Grande. Digo, Steve Rogers. Ya sabes, tu Otro Papá.
Spider-Man respingó y la llevó un poco más atrás en el callejón tras asegurarse de que nadie los seguía ni los escuchaba.
–Espera, ¿cómo sabes eso?
–Él me dijo. Cuando fue a visitar Gravity Falls y jugamos carreras con dinosaurios.
Mientras hablaba, sacó de la bolsa su teléfono y buscó las fotografías que tomó aquella vez, en donde se veía claramente a Steve piloteando un pteranodon. Se las mostró a Spider-Man quien, tras analizarlas por un momento, reaccionó de la única manera que alguien con sentido común podría hacerlo:
–¿Y no me llevó?
–Siguen en la cueva. Quizá puedas ir la siguiente vez que estemos allá.
Spider-Man le devolvió el teléfono a Mabel.
–Mejor que sí.
–Por cierto, los estaba buscando. A él o a Bucky. Mi hermano, o sea, tu tío Dipper y yo vinimos así como de visita sorpresa.
–¿Mi qué?
–Adopté a Bucky como mi hermano mayor, y como él y Steve son como hermanos, eso te hace a ti nuestro sobrino.
El silencio que siguió fue un poco largo y terminó cuando Spider-Man se rascó la parte de atrás de la cabeza.
–Supongo que puedo llamar para confirmar y dejarte en la casa si lo aprueban.
–¡Seguro! Pero habría que pasar por Dipper antes.
Spider-Man asintió y utilizó su propio teléfono para hacer una rápida llamada.
Mabel esperó pacientemente meciéndose sobre sus pies. Bien, esto había sido rápido e indoloro, y la tranquilizaba pensar que la familia seguía creciendo. Se preguntó si debía hablar con Thor para reunirlos a todos en una gran cena, pero esta vez prefirió esperar, porque para algo así, necesitarían preparar primero un gran festín. Improvisar eso sí sería terrible. Sin embargo, estaba cien por ciento segura de que podría organizarlo para ese fin de semana. Para algo tenía que servirle su maravilloso encanto.