Algo cayó al suelo. Volteó la cabeza y miró alrededor frunciendo el ceño. Nadie, de nuevo. Volvió a su locker, donde continuó enderezando sus bates por unos segundos y sacando unas prendas de ropa limpia, antes de cerrar la puerta. Nuevamente un sonido y su cabeza girando, con una expresión de fastidio. Puso el candado en su armario, sin voltear, y avanzó al medio de los vestuarios mirando alrededor. ¿Estaba imaginando cosas? Por que este no era un buen momento para empezar a alucinar. Este no era el momento ideal para darle el gusto de volverse loco. Nunca le daría ningún gusto a ÉL. No mientras pudiese evitarlo haciendo uso de toda su fuerza de voluntad. Seguro había sido culpa de ÉL. Por que si vamos al caso, ÉL tenía la culpa de que su estado de ánimo fuera cada vez peor. Cerró los ojos, respirando (Inhala, exhala, inhala, exhala) y tratando de recordar quién era el capitán. Quién daba las órdenes. El poder era suyo, no de ÉL. Y eso era tendría que ser más que suficiente. El rubio suspiró, pasándose una mano por la cabeza. Era el capitán, era el capitán, era el capitán Pero no podía hacer nada más que enviarle miradas de odio, por que ninguna tortura sería suficiente. Por Merlín, no había nadie que odiara tanto como a Lorenz Van Buren. Y eso es algo difícil de decir viniendo de un tipo como Dietrich Stover. Lo cierto es que su equipo estaba lleno de idiotas. Dos chicas, un egocéntrico infradotado con complejo de superioridad, ÉL y el mejor amigo. Y Eugene. Pero bueno, Eugene no contaba en este caso. El lado malo es que eran todos buenos en sus puestos, no importando su carencia de habilidades intelectuales. El lado peor es que no había lado bueno que sacarle a toda esta situación. ÉL, Van Buren, era lo peor, se recordó. Lo peor del equipo. No solo era su guardián, lo que hacía que lo tuviese que ver en los entrenamientos. También compartía habitación con él. Y clases. Y a Diane. ¡POR MERLÍN! ¡No quería compartir a Diane! Gruñó, liberando un poco de su ira contenida, pero se detuvo al oír un nuevo ruido. Algo había caído detrás de él. Giró su cabeza y miró alrededor. Frunció el ceño, mirando los espacios oscuros del vestuario, como esperando a ver a Van Buren ahí, burlándose.
- ¿Eres tu? - y era más que claro a quién se dirigía.
Pero nadie respondió y Dietrich terminó pensando que al final sí estaba loco. Que Van Buren lo estaba volviendo loco. Aferró su ropa, y tras tirar una toalla sucia al piso, la que había estado usando durante todo el entrenamiento, se metió en las duchas. De dentro de un armario sin candado, salió un chico alto, rápido pero silencioso. Recogió la toalla con una mano y la alzó a la altura de sus ojos, con la boca entreabierta. Su expresión no coincidía con la de alguien que encontró una toalla sucia, sino más bien… Un millón de galeones. Ollie Newton se veía maravillado por la toalla sucia y raída de Dietrich. Tan maravillado, que se permitió unos segundos para perder la compostura y actuar como una adolescente maniática. Dio unos saltos de alegría en su lugar, frunciendo la cara como si gritara, luciendo como una fanática loca en un concierto de uno de sus ídolos. Se mordió el labio inferior y se preguntó si sería correcto espiar a Dietrich mientras se bañaba. No, no, no. No había forma que no lo viera desde ahí. Pero desde afuera del vestuario... Se encaminó hacia la puerta, veloz, y ésta se abrió antes de que la tocara.
- ¿Ollie? - preguntó Diane Roseveare, entrando. - ¿Que haces aquí? - Y su mirada fue directamente hacia la toalla raída y sucia de Dietrich. Ignoraba a quién pertenecía, pero sabía que Ollie odiaba sudar casi tanto como los hombres heterosexuales con joyería masculina (¡Era confuso! ¿Cómo vas a diferenciar a un homosexual de un heterosexual con joyas?) - Uhm. Hola Diane.
Momento incómodo. Los dos se mantuvieron en silencio, como lanzándose preguntas telepáticamente. ¿Qué hacía Ollie ahí? ¿De quién era la toalla? ¿Por qué Diane llegaba a los vestuarios al mismo tiempo que Dietrich se bañaba? ¿Qué crema facial nueva estaba usando la Roseveare para que sus poros se viesen tan maravillosos?
- ¿Puedo ayudarte? – preguntó Diane, rompiendo el silencio. Y de nuevo, la toalla. - ¿Puedo poseerte? - preguntó, entrecerrando los ojos. Ella era el genio, él era el espléndido. Tal vez ella le facilitara una respuesta. - Como el demonio a Linda Blair, no poseerte en el sentido sexual de la palabra. – rectificó después de unos segundos.
Diane se quedó unos segundos en su lugar, esperando que Ollie riese y le dijese que era un chiste. Nada ocurrió.
- Uhm. No lo creo.
Ollie chasqueó la lengua, expresando frustración en su rostro. Conquistar a Dietrich poseyendo a Diane sonaba como un juego de niños.
- Entonces no. Lo siento. - alzó un hombro. - Gracias, de todos modos.
Y salió, antes de que ella llegara a hacerle más preguntas. Diane se quedó ahí, sorprendida, hasta que después de unos segundos algo le llamó la atención: Dietrich salió de las duchas, ceñudo. La miró. Lo miró. Se miraron. Silencio. Dietrich había olvidado buscar una toalla, por lo que iba a usar su toalla sucia. Volvería a bañarse más tarde en la habitación, de todos modos. Pero la toalla había desaparecido. Y en su lugar, estaba Diane. No tardó ni tres segundos en unir los cabos como más le hubiese gustado. Volvió a la ducha, con media sonrisa, pensando que si Diane quería robarle las cosas y observarlo en silencio, finalmente habían encontrado puntos en común.