January 15th, 2011

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Autos y Dientes (III)

Ya habían pasado más de cinco minutos de silencio entre ellos, en los que solo se habían mirado. Él apretó los labios, ella bajó la cabeza, finalmente. Ninguno de los dos se sentían bien acerca de eso. Pero a la vez, no querían dejarlo. Ambos corrieron la mirada, tratando de evitarse. Los silencios entre ellos distaban de ser incómodos, pero éste era diferente.

- Tienes... - él frunció el ceño. Iba a decir novio, pero ese termino en su vida quedaba obsoleto, desconocido e infantil. Y a pesar de que en su casa bien podrían categorizarlo como el primero (por que Ophelia se aburría con facilidad), trataba de alejarse de los otros dos, al menos con ella.
- No vayas por ese camino, Clyde. - dijo ella, cruzándose de brazos y con un gesto de inconformidad bajo sus pecas. Ella llevaba ventaja. Al menos no estaba casada. - Tenemos.

El nuevo silencio hizo que Clyde mirara el tablero del auto, donde yacía su anillo de oro. Estiró la mano y se lo volvió a colocar, a pesar de que se sentía un poco mal cada vez que lo tenía puesto en presencia de esta persona. No es que sintiese que engañara a Ophelia, sino que a ella. Y por ella me refiero a Meghan Duke, tan pecosa como siempre y con su eterna mueca de disconformidad en la cara.
Las cosas jamás eran perfectas en su vida. Conseguía padre, pero ganaba una familia disfuncional como los Duke. Conseguía novio, pero él jamás dejaría ir la sombra de sus inseguridades. Conseguía a Clyde luego, pero no lo tenía realmente, por que era de otra. Estaba acostumbrada a que su vida fuera una de cal y ochenta de arena, pero no estaba segura de querer que esto fuera de por vida.

- Tú eres jugadora de Quiddich, yo soy esposo. Es lo que hacemos. - Su empleo distaba de ser linguista.
- Y se supone que tengo que vivir con eso... - comentó ella sin mirarlo.
- No. No deberías. - confirmó él. Pero después de muchos años de sentirse vacío por ser siempre el último orejón del tarro, Clyde se había puesto un poco egoísta. No quería que ella estuviera con él, por que sabía que no era lo mejor para Meghan, pero no iba a ser él quién la dejara. Podía, pero no quería.

Meghan apretó los labios. Ella sabía que no debería, pero de alguna manera extraña, prefería que él se lo dijese. Lo sentía como una disculpa. Era un poco tarde para eso, pero mejor era eso que nada. Y mejor era tenerlo a él en su vida que fuera de ella. Después de todo, no es como si pudiese no verlo nunca más.

- Llévame a casa. - y se incorporó un poco para darle un beso en la mejilla.

Gruñó, afirmativamente y arrancó el regalo que su padre le dio por buena conducta.
Media hora después, detenía su automóvil en la vieja casona en las afueras de Edinburgo. En el pórtico de entrada, una figura alta se alzó y caminó rápidamente hacia ellos, con un gesto de desconfianza en la cara. Abrió la puerta del carro con brusquedad y sin dejarles tiempo ni siquiera para hablar, arrojó un sobre sobre la falda de su novia.

- Te escribió tu amiguito,- dijo con la voz tensa de ira. -Otra vez.

Miró al conductor del automóvil y Clyde le sonrió.

- Hey Ed.
- Ese idiota. - continuó, Edward Goldsmith indignado.

Meghan, acostumbrada a las eternas rabietas de Edward cada vez que se mencionaba el nombre de Dante, abrió el sobre, básicamente ignorándolo y empezó a leer la carta con cara de nada, en actitud zen total. La verdad es que si se empezaba a pelear con él (por que no podía entrar en razón cada vez que su amigo galés salía a colación), ya estaría sacando arrugas. Y las arrugas no eran atractivas a los veintitantos, el imbécil de Faust se lo decía cada vez que tenía la oportunidad.
Clyde titubeó en decirle 'Es sólo una carta', pero creyó de que no era lo ideal. Ed sostenía la puerta de su porsche y si se convertía en una fiera no era muy consciente de sus acciones. Sonrió y asintió un poco, a modo de alivio. De vez en cuando funcionaba.

- Gracias por ir buscarla, pero sabes como es Lana con respecto a sus tiempos conmigo.

Clyde siguió asintiendo, a pesar de que no tenía idea de como era Lana. Ella le daba pánico así que había evitado cruzarse en exceso con ella. Los mellizos en general le daban miedo, por que eran demasiado simbiótico el uno con el otro. No sabía por que los padres insistían con todo este asunto de fraternidad al extremo.
Meghan bajó del auto sin darle mucha importancia al asunto, por que tenía sus períodos en los que sólo ignoraba la presencia de su cuñada. Le dio un beso en los labios a Edward y ni miró a Clyde al salir. Ni un gracias le dijo por ir a buscarla al entrenamiento y traerla a casa.

- Deja de leer esa idiotez y dile gracias a Clyde por traerte. - ordenó Edward, enfadado, sentándose en el auto un segundo.
- Podía volver sola, Edward. No necesito que tu amigo sea mi niñera. - le aclaró Meghan entrando a la casa.
- Cuídate, Meghan. - comentó Clyde alzando la mano y tocando la bocina del auto, tratando de llamar su atención. Ay, esa frialdad glaciar. Y eso era clave para 'Te amo' entre ellos.
- Tú también cuídate, Clyde. Nos vemos el sábado a la noche.

Edward rodó los ojos.

- No me gusta que vuelva sola. - dijo, en tono protector.

Mentira. Todavía recordaba un incidente en que había ido a buscarla y en vez de encontrarla entrenando en el campo de quiddich, estaba en el café del estadio disfrutando del té con Dante, que había desembarcado ese día y la había ido a visitar. Edward solía pensar que a pesar de que Meghan podía hacer todo lo que quisiera, debería consultárselo antes. Sobre todo cuando tenía que ver con Dante.
Como si él estuviese interesado en Meghan, pensó Clyde. Últimamente, en lo único que estaba interesado, según ella, era en los submarinosrusos. La royal navy le había lavado un poco el cerebro, sospechaba ella.
Clyde todavía asentía en silencio.

- El sábado, entonces. - comentó palmeando su hombro Edward. - No olvides traer a Ophelia. Pero más importante, no olvides mi regalo.

Clyde negó con la cabeza, rodando los ojos.

- ¡Qué tiene de especial este cumpleaños? - comentó, incrédulo de la emoción casi infantil que veía en él para esta ocasión.

Tres segundos después, cuando Edward sacó una caja de terciopelo de su bolsillo y le mostró el anillo de compromiso, quiso cocerse la boca. Apretó los labios, con disconformidad, incapaz de mostrar su expresión de desagrado.

- Sé lo que crees del matrimonio, Clyde. - le aclaró Edward. - Pero Meghan no es Ophelia.

Clyde abrió la boca, para decirle que lo sabía, pero la sorpresa y un enorme nudo en la garganta le impidió hablar.

- Quédate a cenar. - Le ofreció Edward con calma.
- No puedo. - respondió Clyde, automáticamente, incapaz de mirar a Edward a la cara. - Ermengarde está sacando los dientes. Sabes como son los bebés.

Aunque sus deseos de huir de ese lugar poco tenían que ver con su hija.
Se remojó los labios.

- Como quieras. - terminó Edward, saliendo del auto, mucho más calmado que cuando entró.

Por eso le agradaba Clyde. Era como que lo calmaba de cualquier cosa. Siendo cualquier cosa Dante, por supuesto.
Cerró la puerta y lo miró por la ventanilla notando el obvio nerviosismo que su amigo había tomado en un segundo.

- Voy a hacerlo, Clyde. Va a salir todo bien.

Por supuesto que va a hacerlo, pensó Clyde. Pero de lo segundo no estaba seguro.

- N-n-nos v-v-vemos, Ed.

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Cap II: http://copynpastel.insanejournal.com/3571.html?mode=reply

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