Lune (larissa_dream) wrote in paper_flowers, @ 2010-04-29 11:58:00 |
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Current mood: | sympathetic |
Entry tags: | comunidad:torre eidos, fandom:claymore, incurable sins |
Fandom: Claymore.
Personajes/Pairing: Teresa/Irene.
Comunidad: Torre Eidos. Décimo piso.11. Jabón.
Advertencia: NC-17.
Fragmento: Vale, solo por esta vez pero no vuelvas a decir que te obligo.
Dedicado a: malena_sama
Le parece sorprendente que Teresa haya dejado de burlarse para enfocar el suelo con los ojos, como si no acabara de pedirle que se quite la ropa, como a una vulgar prostituta.
Hay odio en las maneras de Irene, furia reprimida. No es como cuando se desnuda ante el Ermita, porque él la ve con la candidez que le dirigiría a un cuerpo que diseccionará próximamente.
La luna está brillando afuera, pero Teresa ha cerrado las cortinas, como si temiera que un par de ojos indiscretos pudieran asomarse a los ventanales de esa posada de mala muerte y una boca perteneciente a una doncella de poca suerte, pudiera curvarse de dolor ante la vista de las marcas que castigan sus cuerpos. O por el acto que forman entre las dos, como bailarinas que practican en lo que debiera ser su descanso. Exhaustas todavía.
Es difícil olvidarse de cuáles son sus puntos erógenos. Por mucho que le duela en el orgullo admitirlo.
Hubiera querido explorar por su cuenta, pero era Teresa y no otra persona. Ante ella, pidiéndole placer, exigiéndole sumisión.
La ropa de ella cede finalmente. Ruidos metálicos contra el suelo. Esas curvas voluptuosas entrecruzadas por cicatrices que se alejan repentinamente de la androgenia.
Lentitud y placer, antes no asociaba esas palabras con Teresa. Es una tregua tensa, pero existe y es lo único que importa.
Siente que podría perderse en una marea de carne. Que Teresa podría cambiar de opinión, sus dientes se volverán afilados de un momento a otro, los hundirá en su cuello y acabará a mordiscos con esa sumisión tan lamentable como impropia.
Jadeó, cerró los ojos y le preguntó si era eso lo que la hacía fuerte. Tomar a otras guerreras. Se dio cuenta de que la voz le temblaba al sujetar sus cabellos.
Teresa le dijo que solo quería calentarse y que su cuerpo frío era mejor que nada.
Parece muy lejana la noche en que casi la dejó moribunda, por atreverse a desafiarle.
La roca helada y húmeda contra sus cicatrices.
El cabezal de la cama golpea la pared. No quiere demostrar que está desesperada, aunque sus caderas salten hacia delante. Se muerde los labios para no gemir.
Era algo puramente físico.
Su cuerpo traicionaba su orgullo: al recibir a Teresa, se arqueaba y sacudía como poseída por una fuerza sobrenatural. La escuchaba reír, indignada.
Al borde del orgasmo, contemplaba un incendio y sus dientes estaban afilados, seguramente sus ojos brillaban como cada vez que se forzaba en una pelea. Teresa no había cambiado, solo tenía las mejillas rojas. Estaba tan dentro de ella como era posible y aún arañaba el interior de su carne. Le apretó las caderas, arañó esa espalda de músculos fuertes, monstruosos.
Maldijo antes de correrse. Teresa rió más, deleitada y se tumbó a su lado con los ojos cerrados. Respiraba con pesadez cuando Irene se incorporó para buscar entre sus piernas la carne húmeda e hinchada. Fue rápido, pero Teresa pudo evitarlo. De haber querido.
-Vale, solo por esta vez pero no vuelvas a decir que te obligo.
Irene, en vez de contestar algo agudo, introdujo su lengua y la movió. Le pareció escuchar el corazón de Teresa acelerarse. Tan fuerte era su latido.
Sujetó sus pezones erectos entre los dedos, los frotó. Estaban duros y rojos.
La humedad subía. El gusto salado. La cara de Teresa estaba tan roja como debía de estarlo la de Irene. Pero siguió.
Huellas de energía en un circuito que la piel de Irene leía, mandando mensajes obscenos a la mente. Derrames, relajación. Vuelve a tenderse al lado de Teresa, que se pasa los dedos por el cabello.
Irene no quiere mirarla, no aún a los ojos, avergonzada de sus bajos instintos.
-Maldita sea, sabes que no tengo opción. No elegí que me metieras aquí.-A penas un susurro, que parece brotar de entre sus pechos empapados en sudor, más que de sus labios temblorosos y sangrantes.-De todas las otras muchachas que pudiste elegir, ¿por qué yo?
Las mordidas de Teresa comenzaban a sanar por sí mismas, bajo el mandato del cuerpo de Irene.
-Me atrae tu debilidad, supongo. Los humanos son más débiles, pero en nosotros es signo de mediocridad. Eso hace que desee destrozarte y no alcanza con ganarte un combate, ¿comprendes?
Un nudo en la garganta, incorporarse a medias en la cama. Indignación, si, pero no hay tiempo para eso.
-Y supongo que continuarás haciéndolo, cuanto te plazca.
-Por supuesto.
Entrecerró los ojos y buscó las sábanas, para cubrirse. No le apetecía bañarse. De alguna forma era reconfortante la sensación de los humores mezclados, aunque no hubiera soportado tanto un abrazo y dormir juntas en pleno contacto. En la mesura se estaba a gusto.
Escuchó a Teresa moverse y supo que se colocaba la exigua camisa de dormir que ofrecían los de la posada, por un precio extra bastante ligero. De alguna forma era bueno saber que aunque no estuviera allí la mañana siguiente, volverían a verse para hacerlo una y otra vez, a pesar de que probablemente en un par de días, la sola idea de volver a ser tan cercanas, se le antojaría aterradora, una vez recuperada la cordura. Cuando sus párpados no fueran tan pesados y pudiera pensar con claridad.
Recuerdos arrastrados como hojas en el camino, labios que siempre sangraban porque Teresa los mordía al concentrarse mucho, cuando practicaba con la espada en contra de enemigos invisibles, con una destreza tal que solo unas pocas muchachas se atrevieron a invitarla a intentarlo de a dos, a veces de a tres sin que ganara ni un rasguño.
Las caderas más pronunciadas, al principio su insistencia de comer todos los días, a solas, quizás porque no soportaba las miradas horrorizadas y celosas de las demás, entre las cuales Irene se incluía.
Irene, nudillos blancos de tanto apretar el puñal de la espada que le procuraron, ni bien derrotó a doce de las de su generación, sin suspirar siquiera y cuerpo a cuerpo.
Entonces, Teresa y su sonrisa, que por aquella época que parece tan lejana, era completa. Leía su mente de par en par. Irene la odiaba, era uno de los pocos lujos con respecto a sus emociones que osaba darse.
Nada la hubiera hecho más feliz que restregar ese cabello en el fango y llenar esas mejillas redondas de arañazos.
Era malo que fuera superior. Pero lo terrible fue que además lo creía y lo consideraba poca cosa. Aburrida de su poder, eso parecía Teresa, ese por el que las demás se arrastraban y maldecían en la carne su ausencia. Irene estaba convencida de que hubiera cambiado su bendita destreza por un vestido bonito y ninguna cicatriz para salir a bailar durante la siega con los campesinos de un pueblo cruzando el bosque. Desesperaba.
Y no se conformaba con superarlas a todas. También desafiaba a los supervisores, como si no fueran más que muñecas.
En sus más secretas fantasías, Irene se veía sobre ella, introduciendo la espada en su vientre, escuchándola rogar por piedad, mientras que reducía su carne a una muestra sin forma en la mutilación. Excitación irreprimible.
Fandom: Claymore.
Personajes/Pairing: Ophelia/Otras Claymores, Rubeus.
Comunidad: Torre Eidos. Décimo piso.13.Ver un naufragio.
Fragmento: Ophelia no llora por los rincones del castillo ante sus cambios, la primera vez en que sus sentidos comenzaron a desarrollarse como si tuvieran voluntad propia y estuvieran deseosos de convertirse en algo tan deliciosamente peligroso como las espadas que portaban las ya en tarea.
Ophelia no tiembla cuando recibe la sangre del demonio. Ophelia no se retuerce de dolor. Ophelia no ha sido la primera en unirse a la Organización voluntariamente, sino la segunda o tercera de una pequeña multitud de niñas supervivientes de las ciudades arrasadas por Despiertos. No innovó en ese aspecto, pero subió escalones en los puestos con inhalaciones profundas y meditadas, en lo que a otros les pareció una noche. Para ella, una eternidad. Quería que el número estuviese a su altura. No iba a ser la mejor muñeca de ese lugar, claro que no, pero le parecía justo y necesario tener un solo dígito. ¿Para qué mierda iba a perder el tiempo entrenándose, entonces?
Ophelia no llora por los rincones del castillo ante sus cambios, la primera vez en que sus sentidos comenzaron a desarrollarse como si tuvieran voluntad propia y estuvieran deseosos de convertirse en algo tan deliciosamente peligroso como las espadas que portaban las ya en tarea. Ophelia aprende en seguida a abofetear, tirar del cabello y meter la mano con brusquedad entre las piernas de las que lo hacen, a sincero fin de exigirles cordura, pidiendo gemidos y ruegos a cambio de semejante regalo húmedo y ponzoñoso. Si alguien le pregunta a Ophelia de dónde ha salido, ella afirma que del Infierno mismo la sacaron con majestuosas alas las sexys diosas de la Fortuna y que luego folló con ambas hasta que sangraron de deseo, ¿qué más se puede pedir para ser coronada con gracia? Y la risa que les hiere a las débiles los tímpanos, obligándolas a no volver a preguntar.
Ophelia se olvida de que tiene un hermano. Miente demasiado y cree sus propias mentiras. Le da bastante poder el pensar que jamás vivió una terrible noche en la que perdió todo lo que le hacía ser quien era, coronada por la inocencia. No es sincera ni con Rubel, entre las sábanas de la posada de paso, aunque se hayan reído juntos como viejos amigos y detrás de las gafas negras haya un hombre cínico pero amable. Ophelia se burla de sus propios sentimientos y al día siguiente, busca a Clare campantemente, cantando con cada paso, contenta de que sus ardores de la carne hayan sido reducidos, de que solo queden los de la batalla. No le queda nada por pedir de aquella vida, salvo más sangre para su espada y en sus manos. La de quienes lo merezcan.