Lune (larissa_dream) wrote in paper_flowers, @ 2010-03-04 04:15:00 |
|
|||
Current mood: | energetic |
Entry tags: | aka:traducción, autora:azalee, comunidad:torre eidos, fandom: claymore, fandom:original, incurable sins |
Título: Umbra permanet
Fandom: Claymore
Personajes/Pairing: Teresa, menciones de los hombres de negro.
Comunidad: Octavo piso, Torre Eidos, reto seis.
Fragmento: Teresa había querido una solución para la monotonía crónica de esos días en encierro: esperar a saltar de la cama ni bien sus cuidadores se llenaban de vino.
Umbra permanet
Miró la cara desfigurada por los golpes que el hombre que le había más o menos robado el corazón aquella noche, horas antes, ostentaba. Suspiró. Solía ser bastante guapo, al menos lo bastante limpio como para que aceptara bailar con él y sus caricias impúdicas en las partes más oscuras de la taberna, siempre que también le dejara probar un pedazo de su carne con los labios apretados, saborear la sangre con delicia y repetirse que valía la pena haberse escapado un rato de esa cárcel en la que lo único que había por hacer era practicar para esto con otras chicas, que no le daban mucha resistencia y se retorcían fácilmente bajo su peso. Además de las prácticas con espadas, que le resultaban aburridas e insulsas. Solo esperaba que los trámites para que obtuviera un puesto e ingresara oficialmente a
Ahora ese hombre no sería más atractivo que los viejos que la molestaban en ese sitio, bajo la excusa de convertirla en una combatiente. Realmente era una pena y casi se sentía culpable, de no ser porque le advirtió que no se metiera en la pelea, que ella podía sola con todos esos ebrios de cuarta categoría.
La monja que lo atendía (luego de sorprenderse por la audacia de la joven, al cargarlo sobre sus hombros sin hacer grandes ceremonias, preguntándole si acaso había llegado para trabajar en el campo de alguna cosecha que requiriera especial fuerza física o si acaso provenía de una familia de soldados, ninguna elucubración hacia fantasiosos orígenes nobles, puesto que la ropa que llevaba Teresa se la habían procurado un par de campesinas alegres que la encontraron vagando por las calles oscuras, confundiéndola por un momento con un atractivo muchacho desamparado) hizo muecas al coserle las heridas, sacudió la cabeza y ofreció a Teresa un vaso de jerez en la cocina, si lo deseaba, para tranquilizarse del asalto. La felicitó por tener un futuro esposo tan valiente y Teresa se rió, tratando de hacer pasar su cinismo por el mero sonrojo de una virgen. Tuvo la impresión de que no le dio buenos resultados, pero la monja tampoco le requería grandes atenciones, más bien parecía deseosa de quedarse sola en el cuarto lleno de enfermos mucho más graves.
Teresa había querido una solución para la monotonía crónica de esos días en encierro: esperar a saltar de la cama ni bien sus cuidadores se llenaban de vino y maldiciones hacia algo dejado en tierras lejanas, que en su tiempo era suave y confortable, que a sus regresos bien podía esperarlos con un vientre fofo y mil hijos ilegítimos, la colmaba de sincera adrenalina por solo unos minutos, corriendo bajo la luna como una princesa guerrera a encontrarse con su enamorado (entre dientes, con sorna, se decía que ya lo conocería esa misma noche y quizás ni gritara al verla desnuda, si estaba lo bastante ebrio y la sífilis lo había hecho no menos viril ni atractivo, pero sí indulgente con la compañía) y derribando demonios ni bien aparecían, de un golpe, un suspiro, un adiós y hasta nunca.
Teresa clavó la mirada en el delantal de la monja. Estaría blanco y muy limpio, si se quitara la sangre. Bien sabía cuán difícil podía ser. Le habrían agradado más los uniformes de
Más tarde pensaría, cerrando los ojos, que ya no se atrevían a hacer más que pisarle los talones y lanzarle frases amenazantes. Más tarde no volvería a levantarse sobresaltada y a la defensiva tras oír caballos que se detenían frente a la puerta de donde se encontraba, pesados pies cubiertos con hierro y espadas desenfundadas dispuestas a hundirse en su cuello. No pediría disculpas a quienes le miraran horrorizados. Incluso ofrecería una sonrisa irónica a sus captores antes de aceptar sus nuevas órdenes. Pero no volvería a respirar tranquila entre trabajo y trabajo, en los brazos de algún joven viril, ni a usar vestidos prestados. Esa curiosidad habría tocado su fondo inútil.
Título: Excursión escolar
Fandom: Original traducido del francés.
Autora: Azalee.
Dedicatoria: Para Roger, porque fue el primero en oír de esta traducción y demostró las mismas ansias que yo al descubrir la historia en sí.
Fragmento: Están acostumbradas, pero tienen miedo cuando se quitan la ropa. Con la piel desnuda a penas y se atreven a rosarse, sonrojándose las dos.
Entrecierra los ojos al mirarle, efecto del sol al alzar la vista.
-Me quedaré en la orilla, si me dejas.-Y sonrió con dulzura mucha.-Tengo que terminar mi libro, así que no me aburriré, puedes ir.
La otra muchacha hace una mueca y cruza los brazos, con aire demandante.
-No te has tostado: ¡sigues viéndote como una rata blanca! No se viene a la playa para meterse debajo de cualquier sombrilla y nada más. ¡Acompáñame!
Katsura le tiende la mano, insistiéndole en que no hay nada de malo en dejar un rato los libros, luego podrá secarse al sol el traje de baño, vagabundear en suma, antes de volver a atacar las olas.
-¡Hace frío!
Katsura se hecha a reír y le pone la mano fría y húmeda en la cara. Kaede grita de rabia, en tanto su compañera rompe a reír.
-Yo…no sé nadar muy bien que digamos, es que…
Puso un dedo sobre sus labios. La intensidad de aquellos ojos imponen silencio y rodea su cintura, pasando el brazo bronceado por el talle diminuto.
-Confía en mi. No dejaré que te ahogues, ¿sabes?-Sonríe y le toma las manos, acercándose.
-Lo sé.
Pero no es que el agua esté realmente fría y el suelo parece temblar bajo sus pasos. Siempre ha sido la más pequeña de las dos, y se pregunta si Katsura en verdad sigue haciendo pie o si finge hacerlo para que no entre en pánico, aún. Pero ni bien deja traslucir su mirada, la otra ayuda a que se mantenga a flote, y de todos modos, la playa queda bastante cerca.
Ni muy lejos ni muy cerca, a juzgar por las miradas de sorpresa que podían apreciar en sus compañeros, que seguían con la vista perdida, su labor de playa, así que se arriesgaron a darse un beso rápido, húmedo y salado.
-¡Wah!-Grita frenética y sin saber cómo, se desprende de los brazos que la protegían, para sumergirse en el agua y probar un chapuzón. El agarre salvador regresa de inmediato, más delicados, firmes y seguro que antes. Las manos le alcanzan y la atraen de vuelta, rápidas por el temor, remueve ella las piernas sin saber qué hará la otra. Al fin llegan a la playa, tierna segura. Se tienden juntas en la arena húmeda. Los otros chicos reían.
-¡Prometiste no ir tan lejos!-Exclama una de ellas, atajando a su vez el balón.
-Ni siquiera nos atacaron las medusas, no es para tanto.-Protesta la otra, hondamente ofendida, castañeando sus dientes.
Ninguna de las dos parece desear volver a jugar en el agua, así que se ponen a construír un castillo de arena. Cavan zanjas, las llenan con cubos, tratan de moverse rápido para que la arena no se deshaga (absorbe el mar con rapidez) y dure lo más posible esa construcción. Pero fallan. La arena es su feroz adversario, remarca una de ellas y va a buscar más conchillas para decorar las paredes. Sus puestas babilónicas se derrumban en seguida, trazan caminos alrededor del Reino, levantan puentes, terrazas y techos que encuentran soporte en ramas asentadas sobre dunas, sustituyendo el río desecado por montañas. Moldean flores para que parezcan gente, hacen una princesa con sus siervos, pero piensan que obviamente los guardias deben ser diferentes, así que ponen caracoles para representarlos. Una figura está arrodillada ante la Princesa, es su Alteza real el Príncipe Cangrejo, que venía a pedir la mano de la joven Florecilla en matrimonio. El muchacho de las pinzas admite que es poca cosa para semejante princesa, ya que está lejos de ser atractivo o talentoso, pero de momento es el único príncipe en toda la región. La princesita se limita a reír dulcemente y se esconde tras la espalda de un hada que acostumbra sentarse a su lado en las reuniones de la corte.
La profesora comienza a contar a los alumnos que ha recibido. Tiene que levantar la voz para llamar a algunos. Éstas señoritas se unen a ellos, dejando con pesar su globo, sus conchas y su fortaleza de arena para ir a buscar sus bolsos. La clase recorre las dunas al azar, en busca del lugar ideal, logrado a penas al refugio del viento y las jovencitas dejan salir grititos de alegría cuando llegan.
-¡Aquí hay un buen sitio, Madame, si quiere verlo!-El adulto no se hace rogar antes de darles el visto bueno, así que las chicas se sientan en la arena, evitando con delicadeza unos arbustos. Media docena de mariposas revolotean por encima de unas flores en la cercanía, al pasar las rosas, maravilladas como están las dos. Revisas sus bolsos. Llegan los demás y se sientan alrededor de ambas, respetándoles la burbuja de intimidad de la que parecen gozar. Las conversaciones –por muy interesantes que sean- no captan la atención de ninguna de las dos. Los murmullos escapan a sus oídos, el hormigueo alrededor no existe: se dedican a buscarse la mirada. Comparten bocadillos sin tener que hablar sobre ello, con total naturalidad. Comen la una de la mano de la otra.
-¡Qué linda!-Murmura Kaede cuando una mariposa revolotea sobre su cama. Katsuda sacudió la cabeza, sin nada que decir, limitándose a seguir el insecto con los ojos. Lo envidia, porque puede unir los labios con los de su amigo sin preocuparse por la mirada de sus compañeros de Instituto.
La muchacha más joven se hecha a reír y la mariposa se aleja repentinamente asustada.
-Me gustaría echar a volar así.-Resopló, observando su vuelo.
Katsura se limitó a asentir y con discreción, volvió a tomarle la mano, estrechándola contra la suya.
Por desgracia, las excursiones escolares no consisten en pasar todo el día en la playa. Tras comer sus botanas en las dunas, y un pequeño paseo por la ciudad a la orilla del mar, hasta que encontraron la estación de autobús.
(Con el desorden, los gritos y la tristeza por los retrasos hasta que encontraron la parada que les correspondía)
La profesora guía a su pequeña clase hasta un museo local. Katsura bosteza frente a un cuadro. Los colores se mezclan, los contornos se hacen difusos y las formas se confunden frente a sus ojos, en tanto sus piernas parecen de algodón.
Con seriedad empieza a cansarse. Deja de escuchar la voz del guía y las acotaciones de la profesora porque de todos modos, nunca le interesaron demasiado las pinturas.
Sus piernas siguen automáticamente la fila de muchachas que van con el guía, poniendo mala cara ante los repentinos gritos de admiración por parte de la chica que le acompaña más de cerca.
-¡Un Van Gogh! ¡Míralo, es exquisito!
Alza la cara para mirar un par de ojos muy abiertos sostenidos por un par de mejillas más enrojecidas que de costumbre, y a través de unos anteojos de marco negro. Sus labios sonreían, entreabiertos.
-Lo sé.-Acaba por admitir.
Su cabeza parece vagar entre las nubes y empieza a irritarle. Pero Kaede no tiene la menor idea, así que pronto se encarga de girar los ojos, irritada.
-¡Ni siquiera has visto con atención! Si lo hicieras, verías que tiene un truco: no importa cómo lo mires, siempre está sonriendo.
El trayecto a la vuelta es mucho más tranquilo, ya que el calor acabó con la excitación de las jovencitas, así que se arrastran exhaustas por autobús, que les resulta sofocante, todavía repleto de gente, a pesar de las horas que avanzan. Las más afortunadas encontraron asientos en los cuales echarse a dormitar, a pesar de la mirada envidiosa de las menos afortunadas.
-Claro que miro.-Murmura en respuesta, los ojos fijos en el rostro sonrojado.
Son de las primeras que subieron y se sentaron, apoyando el mentón en un vidrio que le refresca.
-¿Está muy cansada?
-Terriblemente.
La profesora le dedica una sonrisa indulgente, en tanto Katsura abre los brazos y atrae hacia ellos a su mejor amiga. Kaede ríe suavemente y se acomoda en su torso, dejando que pase los brazos en torno a su cintura.
-¿A dónde vamos, señora?-Pregunta, intentando pareces desinteresada.
La profesora alza una ceja, pero se esfuerza por ser cortés y sonreír, mientras que les alcanza el cupón del albergue. Como sus manos están ocupadas, Kaede lo toma.
-Para allá.-Y señala un punto rojo en la carretera.
-Y aquí estamos ahora.
Tanto la profesora como la alumna alargan el cuello para ubicar mejor las calles. Nada podría interesarle menos. Así que se contenta con enterrar la cara en el cuello de sus amigas, murmura algo como una canción.
-En cualquier parte, en todas partes te he de querer…-Las manos de Kaede se mueven contra su rostro cuando ella se ríe.
No hay que decir que en hostal no puedes elegir la composición de las habitaciones. Las chicas se amontonaron en el vestíbulo, chillando y la recepcionista intenta desesperadamente obtener calma. Ellos dos permanecen a un lado, tomadas de la mano y mirándose cuando la profesora les asigna el mismo cuarto automáticamente sin que tengan que pedirlo.
Las habitaciones tienen tres camas y la chica que les acompaña trae su propio enredón. No son amigas. Pero ella sonríe hipócritamente cuando la profesora pasa a preguntarles si todo está bien. Inmediatamente después saltó de la cama para reunirse con sus verdaderos pares.
Discuten en voz baja, jugando a las cartas, esperando a que sus compañeras terminen de ducharse. Oyen sus risas desde el pasillo. La tercera chica a penas y se detiene un momento para saludarles con la cabeza antes de irse definitivamente. Una vez que se aseguran de que todas sus amigas están dormidas, entonces guardan los naipes y van a ducharse.
La cabina es pequeña y las baldosas están frías, el picaporte cerrado pero las paredes podrían dejar que ciertos sonidos se escaparan, cualquiera puede pasar de un momento a otro. Están acostumbradas, pero tienen miedo cuando se quitan la ropa. Con la piel desnuda a penas y se atreven a rosarse, sonrojándose las dos. El chorro de agua las sorprende y Kaede es la primera en quejarse.
-¿Por qué está tan fría?
Katsura se ríe y la trae más cerca, estrechándole.
Acariciarse es normal para ellas. Sus manos están calientes y poco a poco, el agua también lo está.
El sonido del agua cubre sus roces, así que siguen tocándose. Al principio, la piel se eriza al toque mínimo, como si estuviera acostumbrada a proezas mayores.
***
-Deja de moverte o me equivocaré.-Murmura Kaede y ella deja de frotarse los ojos. No puede evitar ofrecerle una sonrisa tímida a manera de excusa, que le es devuelta, mientras que su dueña sigue dibujando trazos en su piel clara.
-Míralo, está terminado.
La joven se levanta y corre hacia el espejo del cuarto, torciendo el cuello para admirar las alas que han sido pintadas en su espalda. Katsura sonríe, satisfecha, y vuelve a ponerse su camisa arrugada del pijama. Kaede aprovecha éste descuido para pasar los brazos por encima de sus hombros.
-Muchas gracias.-Susurra sonriéndole.-Ahora podré salir volando.
Ella le aparta unos rizos rebeldes de la frente y murmura, reprendiéndole con dulzura:
-No te acerques demasiado al sol, por favor.
***
Al día siguiente, la profesora las guía al Acuario y las dos parecen más entusiastas que nunca. Prestan mucha atención a los colores que se acercan a saludarles, a través del vidrio. En otra sala, donde los acuarios están al aire libre, Kaede le toma la mano con discreción, como siempre.
-¿Habrá tiburones?-Pregunta con los ojos muy abiertos y la boca torcida en una sonrisa que demuestra que está a punto de echarse a reír.
-A lo sumo rayas.
Su amiga la mira dudando de sus palabras, no sabiendo si son ciertas o cuando bromea nuevamente, antes de volver a colocarse las gafas sobre el puente de la nariz. Katsura sonríe aún más y la arrastra al estanque.
-¿Ahora me crees?
La pobre ahoga un grito de terror y vuelve sobre sus pasos precipitadamente. Katsura se ríe y señala las rojas, que parecen saludarle.
-¿Cómo son?-Su amiga da un paso hacia adelante, desconfiada aún.
Se mantiene a distancia considerable, pero el miedo no cubre la admiración de su rostro al ver los peces. Katsura se inclina un poco hacia adelante ("Cuidado, no te vayas a caer", le advierte la profesora) y parece reflexionar antes de responder con suavidad.
-Son viscosos.
Tras el Acuario, van al invernadero. El calor es tropical y ella maldice mentalmente el sudor que se levanta sobre su piel por su causa. Automáticamente se desanuda la corbata y se arremanga la camisa una vez que se quita la chaqueta para guiñarle un ojo a Kaede, antes de apartar la mirada.
-Oh, las corbatas.-Murmura, haciendo con las manos el acto de tejer, antes de guardar la mencionada en el bolsillo de su chaqueta.
Kaede levanta los ojos al cielo, sin decir nada.
-Reviento de calor, justo aquí.-Se defiende Katsura.
-Tampoco es Hawai.-Replica Kaede, encantada de protestar.-Aunque sería genial que nos dejaran usar trajes de baño.-Suspira con aire soñador.
Kaede le saca la lengua, frunciendo el entrecejo, los brazos rígidos y los puños apretados. Se cansa de fingir y rompe a reír en la seguridad de su abrazo.
-Pero me pondría celosa.
Kaede le dedica una mirada neutra, que parece rezar "no sé de qué hablas", pero no le suelta el brazo durante el resto de la visita.
-Pero no tiene girasoles ahí.-Apuntó de pronto Kaede.
El calor es insoportable y aunque la compañía le guste, tenerla tan cera empeora las cosas. Así que sugiere:
-Podríamos plantarlos.
Kaede la mira un momento. Luego corre como asustada a un lugar en el que la senda se ensancha y Katsura suelta una risa cuando la mira regresar, dando vueltas como un trompo, sonriendo a los ángeles que la miraban desde el techo. Su falda plisada volaba con ella y crujía contra sus muslos, mientras que sus suelas crujían por sus pequeños pies, que se movían a toda velocidad. Sus rizos alborotados han formado una aureola alrededor de su cabeza.
-Al fin corre el aire.-Tiene las mejillas rojas y los ojos muy brillantes. El invernadero está tapado por una niebla ligera e irreal y de un perfume que te marea tanto como a las mariposas. Ven aves tropicales surcando el aire y las flores tienen más de mil colores.
-Dos bellezas que vuelan lejos y jamás regresan.-Se ríe al decir esto.
-Presten atención a dónde caminan.-Advierte la profesora.
-¡Soy un girasol!
-Los girasoles tienen raíces, permanecen inmóviles.
La joven sonríe ampliamente, parada en medio del camino, dando un giro lento, para poder mirar cara a cara a Katsura, cuando llega poco después.
-¡Soy un girasol!-Grita sin aire y Katsura sacude la cabeza, sonriendo.
-Quisiera levantarte, pero no puedo llevarte hasta el hostal.
-¿Y hasta la salida?-Suplica.
Hace mucho calor, pero no es muy lejos. Por eso acepta.
***
Por la tarde, la profesora autoriza a sus niñas para que bajen a la discoteca del albergue, ubicada en el subsuelo. Y las señoritas no tardaron en precipitarse a sus habitaciones, cloqueando como gallinas que han puesto un huevo.
Desarman las valijas en busca de trajes apropiados, se agolpan frente a los espejos, el ambiente se llena de aromas perfumados que dan ganas de vomitar. No quisiera salir. Se sienta en la cama, y mira a las jovencitas que corren por los pasillos, semidsnudas, con vestidos en brazos, cepillándose el cabello y metiéndose maquillaje, lanzando chillidos animales.
Sube los ojos para encontrarse a Katsura llenándose los labios con labial perfumado. Sus miradas se cruzan gracias al espejo. Ella le guiña un ojo, batiendo sus pestañas alargadas por la mascarilla negra.
-Kaede...
Conoce ese tono, que parece jugar entre la seducción y la burla, que le hace ver con cansancio, que poco le importa pasarse la vida entera ahí.
Hace un puchero y entorna los ojos, cruzando los brazos, evitando la mirada engominada en pintura.
Ella no sabía bailar. Haría el ridículo frente a los otros chicos que se están quedando en el hostal. La iluminación daña los ojos y la música de esos antros hace que le duela la cabeza...cosas que Katsura ya sabe. Del mismo modo en que está al tanto de su propia gentileza y de que jamás podrá negarle nada que le pida. Por desgracia.
Suspira.
-Vale, pero préstame tus vaqueros.
Katsura sonríe ampliamente.
-Claro que no, amiga mía. Mis vaqueros no.
***
Las luces pestañean y cortan el cuarto en pequeños recuadros, cuajados por el rocío de colores psicodélicos, cubriendo los cuerpos que se mueven alrededor de ambas, arrancando chispas a sus ojos, que parecen joyas. La música late a un ritmo cardíaco contra sus oídos. Sus pies se mueven solos hacia la muchedumbre. Se olvida en seguida de que lleva una falda demasiado corta, un escote muy pronunciado, tacones más altos de los que acostumbra -y olvidando esos últimos al punto de que tropieza con un desconocido. Se recobra, se excusa y se aleja rápidamente. Se sonríe, al mismo que sonríe al cielo que le gira por encima. Katsura le dedica una sonrisa deslumbrante, agarra sus manos y comienza a girar, girar, girar. Mira fascinada cómo la risa escapa de su boca, la mira sin entender nada, la música ahoga sus sentidos y no puede pensar con claridad. Solo sabe que la sangre se agolpa en su sien. Se marean y cae la una en brazos de la otra, sin dejar de tocarse. Giran, una contra la otra, mueven los brazos y las piernas que se enredan, riendo en silencio.
Ya no hay gente a su alrededor.
-¿Y esto qué es?-Lee sus labios brillantes, porque la música es demasiado fuerte como para oírle.
No tiene la menor idea, así que le responde con una gran sonrisa y Katsura frunce las cejas, quitándole el vaso de la mano.
Hace un gesto de desagrado, aclara su garganta, está a punto de protestar, pero no encuentra las palabras adecuadas y decide olvidarse del asunto. Katsura la ayuda a sentarse y se va con su bebida. Tuerce la cara como si quisiera largarse a llorar, parece un niño esperando el momento de recibir los regalos de Navidad. Hace de cuenta que es vizca para que la gente se le quede mirando.
Alguien le responde con una sonrisa y pone otro vaso en sus manos, ella aún sonríe, como si viera un ángel y acepta tomando un generoso sorbo. Katsura no parece muy feliz de verle en ese estado cuando regresa, eso seguro. Le quita el vaso de las manos con cierta brusquedad y es mera suerte que no lo estrelle contra la pared. Una persona a su lado, que sonríe mucho exclama algo como "¿Y yo qué hice?", haciendo que note de repente que se trata de un hombre. Un tipo con las manos en SU cintura, le hablaba al oído, soplándole el aliento que huele a tabaco y alcohol en la cara, tratando de atraparle como si fuese un sátiro.
Se estremece y aparta bruscamente. Katsura el brazo del hombre a su lado.
-Lo siento pero ella anda con alguien.
Su tono es seco, cortante y sus ojos están furiosos, refulgen la rabia contenida, en tanto el hombre se aleja tras murmurar:
-Lo siento, no lo sabía.
***
Los padres de Katsura están de viaje, así que han decidido hacer planes en el aire para quedarse juntas, donde ella. Pero no se dan cuenta de que el tren pasa de la estación correcta, así que esperan mucho hasta llegar a una que les deja cerca. Parecen esperar a que el tren retome su marcha antes de bajarse, porque las obligarán a ir a otro lado si se levantan.
Llueve, porque ni en verano puede hacer buen tiempo siempre. Se ponen los capuchones de sus abrigos y miran al cielo, antes de correr por el muelle tan rápido como les permite hacerlo el equipaje que llevan, antes de parar en un barco, riendo en voz baja. Se desatan el cabello, riendo en baja y agarran cepillos, para no tener que usar los dedos como arreglo. Se cambian los calcetines y reanudan viaje, antes de que la lluvia tome fuerza de tormenta.
No hay gente transitando, así que corren bajo la lluvia sin miedo de chocar, hasta entrar en la casa de Katsura, completamente húmedas. Sus dientes castañean tan fuerte que cubren el sonido de la lluvia.
Katsura pretende que su amiga se ponga un pijama demasiado grande para su talle, y Kaede se ríe, mirando las largas mangas que cubren sus manos. En vez del sofá, se sientan juntas en la misma butaca, con tazas de chocolate caliente y están a gusto.
El teléfono suena amigablemente antes de que pase una hora de esto. Son sus padres, buscando asegurarse de que han llegado bien. Las tazas se han terminado y ellas deciden que no es necesario comer nada más.
Ni siquiera preparan otra cama, se meten juntas en la de Katsura. Sin embargo, hoy por hoy tardarán mucho en irse a dormir. Las alas en la espalda de Kaede han desaparecido, casi por completo.