Susanoo no era realmente bueno con la espada ni tampoco le gustaba. Tampoco era joven o bello o listo como tú. El problema es que era el descendiente de un gran guerrero que había aniquilado a Orochi, una sierpe de ocho cabezas, y la gente esperaba grandes cosas de él.
Resentido con su antepasado, sacó la espada de éste del altar donde descansaba, queriendo demostrar que era todo un cuento. Pero al hacerlo se convirtió en el protagonista de uno, ya que rompió el sello del monstruo y lo liberó al mundo. Tenía dos opciones: 1) se arriesgaba el pellejo y luchaba contra él, y muy probablemente moría en el intento. 2) Se unía a Orochi y terminaba de revivirlo. Susanoo eligió la 3) Escapar como un cobarde que sabe su destino pero no le gusta. Orochi invadía su mente y le volvía loco, tratando de convencerlo de ayudarle.
Pero Orochi cometió un error: decidió que la centésima doncella humana que devorase sería la mujer más bonita de la aldea, quien por casualidad era la chica que le gusta a Susanoo. Esta dulzura, Kushinada, tenía fe en su amigo pero igual decidió enfrentarse ella a la sierpe aunque no tuviese ningún poder. Fue la gota que derramó el vaso. Nuestro cobarde espadachín decidió no dar más rodeos y se enfrentó a la sierpe. Aunque odiase su linaje, era el llamado de la sangre: sólo él tenía la habilidad de hacerle frente tal como lo hizo su antepasado corriendo por sus venas. Por mucho que le asustase, aceptar su destino y su poder era la forma de salvar esas vidas que tanto quería, en especial la de su bomboncito.
Ganó, por cierto. Y lo hizo mejor que su antepasado.