[Asiente, y levanta la mano del brazo no vendado hacia tu cuello, buscando la cadena de su rosario, deslizando sus dedos por ella hasta tomarlo. Se acerca, y lo besa, dejándolo donde está.]
Lo sé. No te preocupes... Porthos no dejaría de gritarme nunca si se me ocurriera morirme aquí.