No, porque la sierpe estaba protegida por una barrera que ninguna espada podía cortar.
Entonces un joven profeta habló. No era un dios, sino uno de la tribu de la luna que había venido en aquella arca. A pesar de todo, la diosa escuchó sus palabras. El problema era que la barrera sólo podía destruírla un hombre mortal que no nacería en siquiera aquel siglo. La diosa tuvo que tomar una decisión difícil: empujó al lord monstruoso por el borde de la planicie, y cayó con él al mundo mortal. Así traería la tragedia a aquellas tierras que cuidaba también, cierto, pero lo importante era preparar el camino al elegido para sellar al mal. Tardaría más de doscientos años en volver ella a casa para restaurarla.