Autos y Dientes (II)
Si Gerald tuviese que señalar un lugar en el mundo que pareciese terreno post-apocalíptico, sería ese, sin dudarlo ni un segundo. Se abrió otro botón de la camisa arremangada, mientras se apantallaba con la mano: Que calor, por Merlín. Miró el motor del auto de nuevo, alzando una ceja y casi podía escuchar el ‘Te lo dije’ que Queenie tenía pintado en su sonrisa. Nota mental: Cuando su novia tiene razón, tiene razón.
- ¿Seguro que no necesitas ayuda con eso, Jerry? – preguntó ella saliendo del auto al fin, mientras subía la radio, donde sonaba una más que estridente canción de Dolly Parton. Se iba a poner a cantar en tres, dos, uno… - Seguro.
Aunque tal vez empezara a aplicar el sentido de su novia en otro momento, por que sentía como que el orgullo se caía a trozos a cada segundo que pasaban varados en ese lugar. Queenie empezó a cantar el estribillo, mientras saltaba sobre el techo, junto a su propia hermana. Cathleen miró a la pareja con las cejas alzadas. Oh, esto no le gustaba. La pelirroja continuó como si nada con la remera anudada a la cintura y empezó a trenzarse el cabello después de colocarse sus lentes de sol. Se dispuso a broncearse, por que ella tenía plena fe en Jerry y sus habilidades mecánicas. Habilidades no-existentes, por cierto. Gerald alzó la cabeza y la miró, como dudando si no decirle que lo ayude, pero no. No, Gerald. Tú eres el hombre. Resuélvelo.
- Gerald, deja que te ayuden. – dijo Cath, fastidiosa, sentada sobre el techo del auto. Se quitó la remera, para quedarse en la parte superior de un bikini. Oh, por merlín, iba a deshidratarse. Empezó a secarse el sudor con la remera que se había sacado, que ya parecía pasada por agua.
Que calor que hace en Texas.
- Estoy-bien-Cathleen. – le recordó, mirando lo que él creía era el motor con ojo crítico.
Por supuesto, era un carburador.
- ¿Necesitas bronceador? – preguntó Billy Ray, pasando por detrás de él y extendiendo un pomo. - No. - Oh. Bien. – alzó la mirada y se recordó a sí mismo de comprar tomates para cuando esa noche Gerald sufriese severas quemaduras de sol. - ¿Cathleen?
Ella miró al texano con una ceja alzada. Sonrió, un poco coqueta de más.
- Sí, por favor. En mi espalda. - Ya voy.
Y ahí fue el buen Billy, a colocarle bronceador sobre la espalda, acomodándose el sombrero de vaquero. Gerald suspiró, mirando el descompuesto auto y preguntándose por qué su digitad lo abandonaba en middleofnowhere, Texas, donde su novia, el primo y su hermana podían ser testigos en primera fila de ello. Sólo había hecho ‘Puf’ y se había detenido. Así sin más. Queenie le había dicho ‘No lleves ese auto’ cuando quiso rentarlo, pero él no tomó muy seriamente su consejo cuando ella señaló en cambio una pick up excesivamente grande para ellos cuatro.
- A las tres. – dijo Cath de repente, señalando a lo lejos, mientras volvía a jugar su juego con los texanos.
Ambos giraron la cabeza, al mismo tiempo y se quedaron mirando.
- Roca. – replicaron juntos.
Aparentemente uno de los muchos talentos de los Texanos consistía en distinguir rocas de armadillos a trescientas yardas de distancia. Talento de utilidad cuestionable, pero talento al fin. Y a Cath le gustaba ponerlo a prueba, cada tanto. Gerald suspiró y miró el motor, con una ceja alzada. No tenía idea de qué era. Se mordió el labio inferior. Ok, ok. Tu ganas, Queenie.
- Ya deja de fingir que puedo hacerlo. – dijo, al fin, mirando a su novia pero sin dirigirse a nadie específicamente. – Ayúdame.
Queenie le ofreció una de sus grandes sonrisas americanas y se bajó del techo, para pararse junto a él. Se quedó mirando el auto con brazos cruzados durante tres milésimas de segundos.
- ¿Cuánto nos falta para llegar al rancho, primo? - Veinte, veinticinco minutos. – preguntó alzando la cabeza y mirando la ruta como si pudiese ver la distancia que los dividía de su destino. Tal vez podía escuchar a sus otros familiares, no lo sé. - ¿Cuánto sería eso en millas? – preguntó Gerald. - No sé de millas, en Texas las distancias se miden en minutos. – explicó Billy Ray. - ¿Qué pasó, prima? - Es el radiador, se sobrecalentó. – dijo ella, rascando su cabeza. - Ah, no hay problema. Podemos llegar con agua sin quemarlo.
Queenie alzó una ceja y miró a Cath, que en ese momento se estaba bajando lo último que les quedaba de agua. Ella se quedó con el agua en la boca, con cara de pánico.
- ¡CATH! - No hay problema. – dijo Billy Ray de nuevo, palmeándole la espalda. – Yo me encargo.
Y se bajó del techo con calma mientras se colocaba la mano en el zipper y lo bajaba, con una normalidad que sólo él y su prima tendrían en esa situación. Diez minutos después, Gerald iba en el auto del acompañante, cara de pánico y con un trauma que, de tener terapeuta, debería estar consultando ahora mismo. Estaba incapacitado a conducir, por el horror. Era la primera vez que escuchaba que alguien hacía pis sobre un radiador para bajarle la temperatura. Y lo que lo aterrorizaba es que le sonaba que no iba a ser la última.