Ah, Hyde Park solo veía unos pocos días al año el sol. Por eso, cuando era un día como ese, todo Londres salía a pasear, para chupar la mayor cantidad de rayos posibles. Por eso, el parque estaba lleno de prepuberes, chicas ruidosas, parejas jóvenes con bebes y muchachos jugando fútbol. Y ellos, que no eran muy distintos, a no ser que los miraras de cerca. Estaban sentados espalda contra espalda espalda, sobre una lona, leyendo cada uno un libro. Y a pesar de que no podrían lucir más peculiarmente diferentes, se notaba a millas que tenían pasta de pareja. Ella se movió por un segundo, corriendo su cabello hacia uno de sus hombros y él volteó, a chequear si estaba todo bien. Dos segundos después, ambos volvieron a sus libros sin proferir palabra y casi al mismo tiempo, como si lo hubiesen coordinado, ella le dio una pitada al cigarrillo y él una mordida al chocolate. Él tosió, inevitablemente y ella giró la cabeza a mirarlo, pero como él no volteó, ella volvió a las páginas de 'El Dador', con una mueca de desagrado en la cara. Tres segundos después él alzó la mano y se acomodó su gorro tejido, para que no se saliera y pasó la página de 'Huckleberry Finn', con un poco de aburrimiento. Tres segundos después, de nuevo el chocolate y el cigarrillo. Ella tosió.
- Deja eso. - dijo él, sin voltear. - Cállate. Leyendo. - dijo ella monosilábica y cortante. Y le dio otra pitada al cigarrillo, con una mueca de desagrado.
Él volvió a su libro, negando, antes de echar su cabeza hacia atrás, para acomodar su nuca sobre la coronilla de ella. Suspiró, con un poco de tranquilidad. Y ella gruñó, molesta.
- Lo siento. - dijo él, sin darse cuenta.
Un segundo, soltó el libro. Dos segundos, se dio una palmada en la frente. Cuando volteó, ella tenía una sonrisa de oreja a oreja, de las que no estaba acostumbrada. Había bajado su libro también.
- Ja. Perdiste de nuevo. - dijo, señalándolo. Oh, esa ya era la décima vez seguida. - No, espera. - dijo él, negando. - Las reglas son simples. - No, no. Pero... - No protestes. Tuviste tu chance. - estiró la mano con una sonrisa.
Él suspiró, con fastidio y trató de mirarla como para conmoverla, pero ella no era de esas. Y por más que no era especialmente obstinada, sí se preocupaba por aquellos que le importaban. Ella sonrió, alzando las cejas. Desde hacía varios años ya que tenían ese juego. Todos los sábados debían actuar como si fueran el otro: Ella se calzaba sus demins viejos, sus remeras de groopie y borcegos y andaba todo el día fumando como chimenea y leyendo libros depresivos; él usaba gorros tejidos, miraba a la gente fijo y tarareaba canciones de Pink Floyd. De vez en cuando hasta usaba un extremadamente falso acento de Bristol y sonreía más habitualmente. El que durara más tiempo sin actuar como si mismo ganaba y el perdedor debía pagar con algo. Prudence Ritchie siempre pedía lo mismo: Dante Vaughan metió la mano en su bolsillo y sacó un atado de cigarrillos que había comprado esa misma mañana, convencido de que iba a ganar ese día. Agh, no podía sacarse esa maldita costumbre de decir 'Lo siento' por todo. Necesitaba sus cigarrillos, por todos los Merlines.
- Huckleberry Finn es una mierda. - dijo, tratando de compensar su ira. - Y Pink Floyd es una mierda mainstream. - Oh, madura. - dijo Prudence, con media sonrisa, a pesar de que se sentía un poco culpable.
Él entrecerró los ojos y suspiró, cruzándose de brazos. Ahora necesitaba ocupar sus manos con otra cosa. Empezó a arrancar pedazos de pasto con los dedos, mordiendo su labio inferior. Tenía treinta y cuatro años, pero bien podía actuar como si tuviese dieciséis, como cuando ella se lo había cruzado en esa casa de discos en Manchester. Todavía seguía siendo el flacuchento pecoso con pinta de dolido. Estaba frustrado, desde hacía diez semanas que estaba perdiendo. Y no sólo le molestaba no poder fumar desde hacía diez semanas (lo cual era terrible. TERRIBLE), sino que no había podido ganar. Y esta vez estaba empecinado a hacerlo. '¿Qué quieres?' había preguntado ella unas tres semanas atrás al notar como el nivel de frustración de Dante iba creciendo progresivamente con cada derrota. 'Quiero fumar.' le había mentido. Por que aparentemente a ella y a Bea eran las únicas a las que le podía mentir en algo. 'Mentiroso. ¿Qué quieres?' había dicho ella. 'Sorpresa.' respondió él. Se había pasado toda la semana tratando de sacárselo, pero Dante se había mantenido firme. Extrañamente firme. Así que ella terminó por dejarlo, por que ya lo descubriría, eventualmente. No iba a ganar para siempre. Pero ahora se sentía un poco culpable. Y curiosa.
- Sabes que no tienes que ganarme para pedirme algo, ¿Cierto? - preguntó ella, alzando una ceja.
Él gruñó, dejándose caer entre ella y una cesta, labios sellados, mirando al cielo. Si iba a perder, al menos se dignaría a hacer una escena. No quería hacerlo de esta manera, no quería que fuera por lástima. Por que él había perdido. Ella seguramente diría que sí sólo de lástima. Siempre era por lástima con Prudence.
- Y odio el chocolate. - dijo, sinceramente, por que a él le gusta la comida salada.
En realidad no lo odiaba, pero a ella le gustaba tanto que él sólo quería fastidiarla. Estiró la barra de chocolate hacia Prudence, tres segundos después, con culpa.
- Lo siento. - Gracias. - dijo ella, amablemente tomándola.
Estiró la mano contraria y le movió el gorro tejido que se le había encimado sobre la frente, con media sonrisa. Se veía lindo tratando de ser ella. Él no se movió, por que tarde o temprano tenía que acostumbrarse al contacto humano. Tarde o temprano debía salir de su cascarón. Bueno, aparentemente le llevó un tiempo pero ya estaba mejor.
- Sólo dilo. - No. - Tengo curiosidad.
Dante gruñó.
- Agh. Como quieras. - dijo ella soltando la caja de cigarrillos que había guardado. Tardó unos segundos. - Dilo. - No. - dijo él sin tocar el atado. - ¡Dante! - No. Guarda eso. No quiero fumar. - Como quieras. - dijo ella, rodando los ojos. - De todos modos sé que es.
Él alzó una ceja.
- Ajá. - dijo, incrédulo. - Vas a proponerme matrimonio. - dijo ella, como decepcionada. Suspiró y rodó los ojos. Sí, se lo veía venir. Dante fingía que era todo frío y cero romántico, pero tanto misterio la llevaba a pensar en eso. Era una opción más que lógica.
Dante rió.
- No.
Ella lo miró.
- ¿No? - No.
Silencio.
- ¿Seguro? - Seguro.
Segundo silencio.
- ¿Por qué no? - Por que el matrimonio es una institución que trata de reglamentar algo que va más allá de... - Ya, ya. Entendí. - dijo ella, por que se acordaba los discursos de Dante de memoria. Tenía pocos y eran todos parecidos. - No te vas a proponer. - No. - Ja. - dijo ella, insegura de si sentirse bien o mal por ello. Después de todo, Dante era Dante. Pensar que lo iba a cambiar era ridículo.
Él la miró, frunciendo el ceño.
- ¿Tu quieres casarte?
Ella dudó.
- ¿Te estas proponiendo? - Definitivamente no. - dijo, obstinado, pero con una sonrisa divertida. Le había dado gracia algo, aparentemente. Su novia Mainstream, quizá.
Ella alzó las cejas.
- Entonces no preguntes. - y le bajó el gorro sobre los ojos, para que aprenda. No sé qué, pero algo iba a aprender.
Tal vez estaba un poco sensible, desde la muerte de Diana. Inglaterra entera se había conmovido por ello, después de todo. Todo el mundo se estaba casando y expresando sus sentimientos y volviéndose poco británicos, a forma de catarsis. Y ahora además se estaba poniendo de moda el psicoanalísis. Sí, eso tenía que ver con sus sentimientos no tan lejanos al matrimonio. Vivían juntos, de todos modos. Habían armado una vida. Pretendían quedarse así por tiempo indefinido (a Dante no le gustaba los para siempre, por que eran utópicos e idiotas, en su opinión). Incluso... Un quejido interrumpió sus pensamientos y corrió su mirada hacia la cesta, al mismo tiempo que Dante se incorporaba como si el piso estuviese electrocutado. Ambos se quedaron mirando la canasta, donde una beba pecosa, de cabello oscuro y cejas pobladas volvía a dormir como si nada, después de acomodarse mejor. Dante se quedó a la espera, como si algo más fuese a ocurrir. Siempre había sido protector, no era un secreto. Cuando no había sido con ella, era con Bea. De todos modos, no perdía oportunidad de señalarlo, lo cual Dante odiaba, por que según él, Bea y Prudence eran lo suficientemente adultas para cuidarse solas.
- Mírate, todo paternal y atento. - se burló ella. - Cállate. - Agh. Es que nadie la protegía a ella, nadie podía ser como él había sido con Bea. Si al menos vivieran en Gales, donde Bea funcionaba como incubadora humana, estarían sus hiperactivos primos. Pero en Londres... - Eres todo un padre modelo. ¿Dan medallas para eso? - Basta, Prudence. - dijo él, apretando los labios. - ¿Eso no es como... mainstream o falso o idiota? ¿No que todos aprendemos a sobrevivir? - No tires de la cuerda, Prudence. - dijo él volviendo a acostarse como si nada, refunfuñando y molesto como siempre, mientras ahogaba el 'Lydia necesita un hermanito' que tenía preparado desde hacía diez semanas.
*** Puedes volver al lado de la luz, sweetnonsensepeople. Y deja de tirarte el cabello, lemonincest.